EN términos generales, las mujeres tienen menos ingresos que los hombres. Esto quiere decir que en una pareja heterosexual, lo más normal, desde un punto de vista estadístico, es que el hombre gane más que la mujer. Pero hay excepciones, y cada vez más.

Desde las últimas décadas del siglo pasado se han hecho estudios que revelan que en las parejas en que la mujer tiene ingresos superiores al hombre, este, por decirlo suavemente, no acaba de sentirse cómodo. Los psicólogos utilizan el término inglés psychological distress para denominar ese sentimiento. En los diccionarios se traduce como aflicción, angustia o malestar. Podría valer también incomodidad o desasosiego.

El pasado año se publicó un estudio a gran escala, por Joanna Syrda, de la Universidad de Bath, a partir de datos recogidos en Estados Unidos. La investigación se basó en los resultados de encuestas a unas 6.000 parejas hechas a lo largo del periodo 2001-2015. La aflicción se mide mediante seis indicadores propios de estos estudios, y el nivel de ingresos de la mujer se expresa en términos de su contribución a los ingresos totales de la pareja.

Los resultados confirmaron los de estudios anteriores: a los hombres, en general, les desasosiega o aflige en alguna medida que sus parejas femeninas ganen más que ellos. Pero este nuevo estudio aportó datos adicionales. El más importante es que la relación entre la aflicción y el nivel de ingresos no es lineal; no sube de forma constante conforme se eleva la contribución femenina a los ingresos familiares. De hecho, el desasosiego es relativamente alto cuando la mujer no contribuye, lo que seguramente es muestra de una cierta inseguridad o dificultad económica en la familia. Disminuye hasta que alcanza un mínimo cuando contribuye en un 40%. A partir de ese nivel de ingresos relativos, el malestar masculino se eleva de manera constante. Para aclarar un poco más el significado de lo que ese porcentaje indica: el mínimo desasosiego masculino se produce cuando el hombre tiene unos ingresos que son un 50% superiores a los de su pareja.

Otro resultado interesante del estudio es que, con carácter general, la aflicción masculina es superior cuando la pareja no está casada, y el efecto de los ingresos de la mujer es, además, más pronunciado. En otras palabras, los hombres no casados son los que peor llevan que sus parejas femeninas ganen más que ellos. De acuerdo con la autora de la investigación, ese resultado tiene que ver con el hecho de que el matrimonio proporciona seguridad. Por tanto, en ausencia del vínculo legal, los miembros de la pareja perciben su situación como más insegura. Por esa razón, que los hombres que no están casados se encuentren más a disgusto que los casados cuando ganan menos que su pareja, indicaría que en el desasosiego influyen factores de índole económica más que los relacionados con la imagen y el estatus social.

Por último, la aflicción que experimentan los hombres que contribuyen en menor medida a los ingresos familiares no afecta a aquellos que, cuando se emparejaron, ya ganaban menos que su pareja. El problema surge cuando la mujer empieza a ganar más tras emparejarse. Este dato apoya, según Joanna Syrda, la existencia de una cierta selección marital de los ingresos deseados, o bien por coincidencia previa de intereses o mediante decisiones relativas a la dedicación laboral de la mujer.

Hubo un tiempo, no tan lejano, en que el problema, para muchos hombres, no era que su esposa tuviese más ingresos que el hombre, sino que también los tuviese. Tengámoslo en cuenta.