tRAS una semana tan intensa en lo político y en lo emocional (muchas veces van de la mano ambas dimensiones) propongo una lectura dominical más sosegada, anclada en el binomio Política frente a Deporte, para contraponer así un elenco de características negativas del modo actual de hacer política por parte de muchos (no de todos) los protagonistas de la misma frente a valores como el de solidaridad y el de profesionalidad que caracterizan a buena parte de los y las protagonistas del deporte. Puede parecer una comparación un tanto heterodoxa, pero permite extraer conclusiones de interés.

Señalaba con acierto hace unos días el escritor Muñoz Molina que para vacunarse contra las tentaciones del esencialismo, del tremendismo, del fatalismo, del cinismo político, en estos tiempos tan propicios a la desolación, un recurso posible es visitar alguno de esos espacios públicos que funcionan bien, incluso admirablemente bien, a pesar de todos los pesares innumerables de la vida política española. Es un alivio, y un consuelo, encontrarse, por ejemplo, en un buen centro sanitario público o en una biblioteca, o en uno de esos museos donde la riqueza de las obras expuestas solo es comparable a la calidad y al rigor del trabajo de las personas dedicadas a su preservación, a su estudio y a su difusión pública.

El espectáculo que la clase política española está dando en estos últimos meses, impulsado por un motor cuyo combustible no es otro que la vanidad, la egolatría y la ambición de poder es tan vergonzoso que se requieren grandes esfuerzos de energía cívica para no capitular de la responsabilidad del voto ante figurones de la política rodeados de micrófonos hablando y hablando tanto y sin embargo nunca tienen que decir sobre las cosas fundamentales de esa vida pública a la que al parecer se dedican y de la cual viven.

Propongo analizar ahora un ejemplo (hay otros muchos y excelentes modelos) contrario a tales prácticas, un buen espejo en el que mirarse: un equipo humilde y exitoso, en la S.D. Eibar. Gestionado con profesionalidad, representa lo mejor de unos valores, unas pautas de conducta individuales y colectivas que socialmente vemos hoy tristemente abandonadas, como pecios hundidos en medio de la tormenta de esta crisis de valores.

Se trata de un equipo solidario, unido en torno a un proyecto, disciplinado, serio, profesional, que no deja nada a la improvisación, constante, humilde, trabajador, donde todos aportan y son importantes, sin divos ni egos desmedidos, con los pies en el suelo, ilusionados con su reto, ávidos de deseo de mejora y de aprendizaje, sin autocomplacencia, sin dejar que el éxito frene su laboriosidad.

El Eibar, equipo que tuve la fortuna de conocer como jugador a finales de los 80, muestra valores de integridad, humildad, respeto al contrario, colaboración y cooperación como clave de su éxito institucional y deportivo. Y en un contexto social y político donde los “valores” al alza son lo contrario, malas praxis que se llevan por delante proyectos culturales por luchas de egos desaforados, o disputas políticas marcadas por trincheras ideológicas donde lo último que prima es el interés ciudadano, o ceses que revelan rupturas de convivencia, o empresas que cierran por falta de diálogo social, tristes ejemplos de egoísmos tan egocéntricos como absurdos que solo generan energía negativa, que destruyen en lugar de avanzar hacia un futuro mejor.

Decía Alfonso Barasoain, nuestro magnífico entrenador en mi época futbolera eibarresa, que los éxitos se comienzan a gestar los lunes a las 8h de la mañana, alejados del glamur y del oropel, y que profesional no es aquél que se hace “millonario” con su actividad (pensaba él en los astronómicos sueldos de los futbolistas, comparados con nuestra entonces dedicación parcial al mundo del fútbol, porque prácticamente todos teníamos nuestra actividad profesional al margen del fútbol) sino quién vive con ilusión, intensidad, motivación y ganas de mejora cada uno de sus días de trabajo.

Nos inculcó ese espíritu a un grupo de amateurs que jugaba contra jugadores consagrados y dedicados en exclusiva al fútbol. Y nuestra baza era ese valor de humildad, de superación, de sano orgullo por el trabajo bien hecho. Un equipo humano. Un equipo con el norte claro. Un grupo sólido y solidario. Mucho más que una suma de buenas individualidades. Humilde. Grande desde su humildad. Así se construyen proyectos exitosos. Ojalá su modelo y su ejemplo cunda en otros ámbitos de nuestra autocomplaciente sociedad.