Vota la Asamblea General de la ONU para condenar -sin efectos, pura pose- la invasión rusa de Ucrania y cada país miembro se retrata según sus circunstancias. Nada que ver con una ética de los derechos de las naciones ni principios de derecho internacional. Allí cada cual salió en la foto según sus querencias. Los únicos que votaron contra la condena fueron Corea del Norte, Siria, Bielorrusia y Eritrea, cuyos vínculos con Moscú afianzan en el poder a sus gobernantes con la salvedad quizá del primero, donde Kim es feliz en su papel de amenaza mundial a su bola.

Luego están los que se abstuvieron de condenar. Entre esos, los que no descartan verse en la misma tesitura que Moscú según las circunstancias. Esto es, agrediendo a otros. Ahí están China, que piensa en Taiwan, o Marruecos, en el Sahara Occidental, o India y Pakistán, que se desean mutuamente el destino de Ucrania. Todos a la abstención.

Pero, en paralelo, hubo también quienes se vieron lanzados a esa abstención, aunque quizá el cuerpo les pediría otra cosa a tenor de las relaciones históricas, económicas o estratégicas con Rusia. Cuba, Nicaragua, El Salvador o Bolivia, probablemente valoraron la necesidad de escarmentar en cabeza ajena, en este caso la de Ucrania. Cualquiera de ellos conserva entre sus temores atávicos el de una intervención extranjera. ¿Con qué cara te alineas con el agresor -por muy ruso que sea y mucho precio de amigo que te ponga a la energía que necesitas- si llevas años argumentando que vives bajo la amenaza equivalente estadounidense?

Una última mención a Venezuela. Sin derecho de voto en la ONU por moroso, Maduro ya dejó clara su catadura moral al perder los cuartos traseros para llamar a Putin y darle su apoyo, que el ruso ni precisa ni le importa, a su alarde de violencia desatada. No se escarmienta en cabeza ajena cuando no se tiene criterio ético en la propia.