ESULTA complicado reflexionar, no te digo ya razonar, sobre el significado de una celebración cuando la engalanan con un día de descanso laboral. A ver quién es el guapo que se pone a analizar el fondo y las formas cuando puede dejar de madrugar ese día o madrugar para aprovechar su tiempo libre, que es tanto o más sano.
Lo que una vez fue el día de la raza, hoy es la fiesta nacional de España: el día de la hispanidad. Es indicativo el modo en que cada sensibilidad lo presenta. Para unos, el descubrimiento de América marca el inicio de la etapa imperial española y eso es algo a festejar. Descubrir es una palabra maravillosa en un sentido reflexivo, hacia uno mismo. El que descubre abre su mente con un conocimiento nuevo porque toma conciencia de algo que estaba ahí pero su ignorancia le ocultaba. Descubre el que busca, pero los americanos del norte, el centro y el sur, no tuvieron suerte cuando los descubrió Europa. Se toparon con algo no buscado y los motivos de búsqueda del buscador distaban de la voluntad de conocer.
El ingenio humano es muy útil para construir entornos. Para bien y para mal. La extensión de la hispanidad nunca fue un proceso de descubrimiento cognitivo sino de apropiación y enriquecimiento, así que se construyó toda una justificación a la barbarie como medio de salvar a los bárbaros cultural y religiosamente mediante su sometimiento. Esa insana hispanidad tan propia del siglo XVI persiste. En el XXI se celebra una fiesta que no festeja el encuentro cultural sino el tipo de reafirmación nacional que adquiere matices sórdidos con un desfile militar. Aún hay muchos Toni Cantó defendiendo que a los indígenas había que salvarlos de sí mismos. ¿Por qué no hacerlo de nuevo con los indígenas díscolos de txapela y barretina que no comparten la hispanidad? Lo pensaban y ahora lo dicen.