E terminó la convención nacional del Partido Popular y cumplió con su función: recordar a todos que el aparato está con Pablo Casado. Lo que no es lo mismo que refrendar su liderazgo, porque ese se lo tienen que dar los ciudadanos y, hasta la fecha, de eso va corto.

Entre las sandeces colonialistas de José María Aznar -de Isabel y Fernando el espíritu impera, como cantaban las JONS falangistas, en cuyo sindicato estudiantil militó- y la clase de ética antidemocrática de Mario Vargas Llosa no cabían más estridencias para que Isabel Díaz Ayuso se viera llamada a postularse como lideresa alternativa.

Estas citas sirven internamente para construir una épica retórica que se reduce a estar encantados de haberse conocido todos los que han pasado por el conciliábulo de Valencia. Pero hacia el exterior, los lixiaviados del pensamiento nacional del partido se filtran con mensajes sibilinos que pretenden contaminar a la opinión general.

No me preocupa el paternalismo imperial de Aznar hacia el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador -que a su vez solo agita otro populismo de signo contrario, travestido de indigenista irredento-. Ocurrencia por ocurrencia. Más perniciosa es la arenga del expresidente cuando pretende que se derogue La ley de Memoria Histórica porque "activa los mecanismos del odio", cuando lo que busca es reactivar los mecanismos de la impunidad que la norma pretende paliar. Igualmente lamentable es que se disfrace de presunción de intelectualidad incuestionable de un Nobel de literatura el mensaje más antidemocrático de todos: no es preciso votar en libertad, solo votar bien, o sea, a la derecha. Vargas Llosa no es el referente que acuña el pensamiento de esa derecha, solo su papagayo más convencional. Pero acredita que se puede ser persona inteligente y capaz como literato envidiable sin necesidad de ser un demócrata.