RISPAR debería ser un arte que requiera un cierto expertise. Hoy damos nuestra atención a crispadores de medio pelo y hay que reconducir esto. El crispador manipula por definición pero aquellos crispadores del culteranismo, los grandes demagogos clásicos o incluso los tremendistas románticos sí que eran gente de fundamento. Ahora no hace falta crear. La crispación está latente y basta proyectar o absorber una amenaza. El magnetismo de la amenaza se sostiene en que sea tan tangible que haga desear ser amenazador o ser capaz de revertir su impacto en protagonismo. A uno y a otro ayuda que no falte quien se muestre capaz de cometer barbaridades por nuestro bien. Y hace falta un enemigo al que purgar. Una construcción intelectual bajo la que al compendio del mal haya que frenarlo como sea. Los medios aceptables para ello serán tanto más expeditivos cuanto mejor funcione la crispación en el imaginario colectivo. Insultar en redes es tan popular que no hace efecto; para pintar una diana no hace falta cultura, como acreditan los textos que suelen acompañarlas; mandar una bala por correo requiere cierta infraestructura (yo no tengo una bala en casa). Pero es igual de soez. Seamos un poco más selectivos al otorgar la gestión de nuestros instintos más bajos y no se lo cedamos al primer crispador de chichinabo. Que se lo ganen, caramba.