O han dejado de merecer nuestro aplauso aunque no salga a las ventanas una opinión pública también agotada física y psicológicamente por los meses de pandemia. Las incertidumbres de los funcionarios son naturales y compartidas por el conjunto de la sociedad. Nuestras y nuestros sanitarios siguen al pie del cañón y cargan pólvora sin descanso; también los muchos sustitutos de los médicos titulares que han accedido a sus merecidas vacaciones. Lo sabemos todos los usuarios de Osakidetza que hacemos cola para acabar siendo atendidos por teléfono. Nos adaptamos. También los profesores que se tragan su miedo ante sus alumnos como lo soportamos los que se los mandamos. Y hay trabajadores y trabajadoras que, además, durante los meses de verano han tenido que tragar ERTE e incertidumbre añadida al miedo propio de la época porque en septiembre podrían afrontar rebrotes y podrían no tener empleo. Nadie tiene más derecho a quejarse que el que más esfuerzo hace; y los funcionarios hacen mucho. Pero en la estrategia de "clase" que agitan algunos, se alzan muros entre la ciudadanía y una suerte de "clase" funcionarial cuya percepción se distancia de la del común de los trabajadores hasta dificultar la empatía. Porque, a veces, los sacrificios propios, no nos dejan ver los ajenos.