ETOMO un comentario de la semana pasada. Cuando uno se expresa en poco espacio tiene que ir al grano y algún matiz me ha pedido algún amable lector. Decía hace un par de días que la hipersocialización tras el fin del confinamiento y la llegada de esto que llamamos nueva normalidad no es un derecho humano. Y con eso no pretendía limitar la movilidad más de lo que la lógica indique ni enclaustrar de nuevo a la ciudadanía. No me gusta que nos encierren por decreto pero tampoco porque el civismo no esté suficiente desarrollado como para impedir las prácticas que acaban facilitando la extensión de la enfermedad. ¡Claro que tenemos derecho al descanso y a las vacaciones! Y, por supuesto, las relaciones sociales son un mecanismo de cohesión social y de realización personal. ¡Qué porras, y que está muy bien tomarse un txakoli con unos amigos! Pero derechos como tales son la vida, la igualdad, la libertad de pensamiento, la salud, la educación, la seguridad y el trabajo. Son los derechos con trazo grueso que acabarán arrastrados por el sumidero si los empatamos con el ejercicio de libertades muy necesarias pero susceptibles de ser recortadas precisamente en aras de la protección de esos derechos. Me apetece ir a la playa, al pintxo-pote, al cine, a un concierto, a comer con mis amigos... pero no es mi derecho inalienable.