NO voy a detenerme en los detalles de las declaraciones que nueve subordinadas del tenor Plácido Domingo que, en conjunto, describen a un depredador sexual. No lo haré en tanto el asunto está por sustanciarse en el ámbito judicial correspondiente y desconozco los detalles contrastados y el alcance real del asunto. A lo que sí merece la pena dedicar unas líneas es a reflexionar sobre la respuesta publicada por el célebre tenor, por otro lado un indiscutible referente del género lírico cuyo valor artístico está fuera de cuestión. La breve nota de Domingo contiene elementos a analizar en los que subyace una cierta disculpa por su convicción de que sus “interacciones y relaciones eran bienvenidas y consensuadas”. Desde su superioridad profesional, añado; esa que lanza o hunde carreras. No deja de verter la sospecha por el tiempo transcurrido -30 años- desde los hechos narrados, que califica de “inexactos”, y la denuncia. En todo caso, la respuesta es muy correcta, expresa su sorpresa y lamenta la posibilidad de que “pude haber molestado a alguien o haberlos hecho sentir incómodos”. La clave sutil, casi subliminal, la da el tenor cuando admite que “reconozco que las reglas y valores por los que hoy nos medimos, y debemos medirnos, son muy distintos de cómo eran en el pasado”. Exactamente: esa presunción de que las actitudes, reglas y valores del pasado incluían dar por descontada la predisposición ajena a las eventuales atenciones de una figura indudable, es parte del machismo sociológico. Inconsciente, quizá. Insistente, al parecer. Revisado, afortunadamente. Pero, sobre todo, imperante en un modelo en el que la regla no pasaba -no pasa- por verlas como iguales.