VA quedando en evidencia que la prioridad de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias no es la gobernabilidad. No es que, llegados a este punto, vayan a dejar pasar la ocasión, pero lamentablemente sus circunstancias particulares pesan más que el compromiso con un proyecto de estabilidad y gestión social, política y económica alternativa a la que representa el tridente PP-C’s-Vox. Estos sí lo tienen claro. Superada la fase de escenografías, de hacer valer y de tragarse sapos y culebras, ayer mismo dejaron enfilada la legislatura en Murcia y el próximo paso es hacer lo propio en Madrid con un acuerdo a tres bandas que los de Rivera niegan y los de Abascal exhiben como un triunfo personal que, al final, da presidencias al PP. Hay margen para que PSOE y Unidas Podemos hagan su propio trompo gracias a la torpeza de Sánchez, que le ha dejado en bandeja a Iglesias el papel de “hombre bueno” quitándose de enmedio, como ayer hizo. El mensaje socialista de “cualquiera menos Iglesias” no se sostiene por las razones esgrimidas. Ni la cuestión catalana ni la desconfianza política ni los problemas internos de Podemos desaparecerán ahora que Iglesias deja paso a otro rostro con el mismo discurso. Al amado líder le ha salido bordada la consulta interna, más un enroque del liderazgo que ha logrado ratificar tras el nefasto ciclo electoral de la coalición. Porque esos de la entregada militancia que han ratificado la postura de Iglesias no son votos que condicionen al PSOE ni que pueda aspirar a captar. Y, entre tanto, Sánchez, que se ha ubicado en un discurso en el que pretende situar el centro político en el artículo 155, tendrá ahora que coaligarse o renunciar a gobernar. No sé qué le escuece más.