VEO en redes sociales opiniones airadas por el modo en que unas decenas de ciudadanos argelinos celebraron en Bilbao la clasificación de su selección de fútbol para semifinales de la Copa África. Lo de las bengalas y ocupar la calle es una forma de celebración de este nuestro primer mundo en sus vertientes europea y americana. Baste recordar cómo celebran nuestros propios equipos sus éxitos -aunque haya que echar la memoria bastante atrás-. Además, algunas voces que ponen el grito en el cielo por el incivismo presunto de estos inmigrantes asimilados a Bilbao daban palmas con las orejas cuando la fuente de la plaza Moyúa se llenó de animosos seguidores de la selección española para celebrar su última Eurocopa. ¿Por qué cabrea que lo hagan los argelinos? En el desbarre que acompaña a estos debates no faltan las alusiones a los delitos cometidos por inmigrantes -sobre todo sexuales-, y a la vida subvencionada que presuntamente llevan. No suele haber datos concretos que respalden la apología de la xenofobia, así que voy a dar un par. Según los datos oficiales del INE, en 2017 -última fecha de referencia con datos en su página oficial- había en el Estado 1,12 millones de inmigrantes africanos -magrebíes y subsaharianos en abrumadora mayoría-. Por comparar, en ese mismo año había 2,1 millones de europeos, 1,8 de ellos de países de la UE. La estadística de delitos identifica que, de los 394.000 cometidos, 25.800 los cometieron inmigrantes africanos y 35.400, europeos. 143 de esos delitos cometidos por africanos fueron contra la libertad sexual -abuso o violación-. Los europeos cometieron 241. Pero el vecino holandés da menos miedo. Y seguro que es un buen tipo.