CON la muerte de Arturo Fernández ha desaparecido, dicen, el último galán del teatro cómico español. Pero miren por dónde nos queda el no menos tragicómico teatrillo de la política española, incapaz de escapar del sainete continuo. Lee uno las crónicas de la investidurus interruptus en la Comunidad de Murcia y le parece estar ante el guion de una de esas comedias de enredo, llenas de equívocos, malas artes, traiciones, sospechas e infidelidades en las que los personajes entran en escena, salen por una puerta, vuelven a entrar por otra y todo acaba como el rosario de la aurora. Solo faltan los aplausos y risas enlatadas.

En este caso ha habido reuniones a varias bandas (nunca mejor dicho), incluidos los dirigentes de PP, Ciudadanos y Vox, bloqueos de primera hora, intervenciones estrambóticas de última, traiciones cruzadas y, en el clímax, votaciones entre dirigentes de un partido para fijar la decisión definitiva -recuérdese: para elegir al presidente de la Comunidad- hecha por whatsapp. Como diría algún guionista poco ingenioso, ¿qué podía salir mal?

El caso es que esta vez la derecha ha fracasado por su guerra interna. Pero tranquilos, el señor de Murcia será presidente y la señora de Madrid, también. ¿Por qué? Porque el PP y Ciudadanos tragarán con las exigencias de Santiago Abascal, quien hace unos días dijo en una entrevista que Vox no era “un partido extorsionador, como el PNV”, pero a la vista está que su credibilidad -como su osadía- no es de este mundo. Entonces, la ultraderecha tendrá cogidos por los mismísimos a las derechitas cobardes y a varios millones de españolitos. Se cierra el telón.