ES curioso cómo se reproducen las pautas infantiles en cualquier ámbito. La política no es excepción. Ahí tenemos a Albert Rivera, que se siente el dueño de la pelota. Ese que, en el barrio, coge el balón inmediatamente cuando se pita penalti y dice que lo tira él. Y si es contra su equipo, que no ha sido. El viernes respondió a los críticos de Ciudadanos que discrepan de su estrategia que si no quieren sus reglas, no juegan más. Que se hagan su partido, como él se hizo Ciudadanos. ¡Hala, todos a merendar! Luego está lo de Pedro Sánchez, que actúa como si todos los cromos de la colección los tuviera él y, aún así, va a cambiar repes. Los enseña, pero no cambia ninguno. Siempre está esperando una oferta mejor y corre el riesgo de descubrir que, si no baja el precio, se puede quedar sin álbum. También están el tándem ERC-EH Bildu. Son esos que saben que no están invitados al cumpleaños pero van. Con un poco de buen rollo, acabarán probando el chocolate porque, en el fondo, hay para todos. Los de Esquerra lo saben y también que, por difícil que sea que te dejen untar, si no vas te quedas sin comer seguro. Bildu, lo que diga ERC, que para algo son amigos del alma aunque no le deje acompañarle en todas las fotos. El PNV es consciente de que tiene pocas canicas, pero muy atractivas. De momento, ve chocar las de los demás, pero en algún momento le tocará tirar y, cuantas más hayan rodado hacia ninguna parte, más terreno queda para colocar las suyas. Y, en un rincón, parece que no juega a nada el PP. Quizá abrazó demasiado pronto al nuevo vecino del barrio, que está resultando un poco matón y no cae bien a nadie. Vox populi.