DICE la tradición -lamentablemente pero acreditado por la experiencia de un modo recurrente- que las banderas de progreso suelen empezar a arriarse cuando los objetivos están al alcance de la mano y quienes durante todo el trayecto unieron fuerzas por el objetivo común empiezan a meterse codos para quedarse con el trapo. Surgen las divergencias ideológicas donde antes había un consenso sobre las prioridades y donde, precisamente, la capacidad de situar las reivindicaciones al margen de ideologías políticas, era virtud y sustento del trabajo compartido. Desde la adhesión y el respaldo pero la distancia propia de no haber sido partícipe como miembro de los colectivos en favor de los derechos y la no discriminación de las personas en función de su realidad sexual me ha resultado soprendente e incluso chirriante la extraña forma de división proyectada por una parte del colectivo LGTB+ durante los actos del Orgullo en Bilbao. Mi sorpresa no es que las diferentes sensibilidades políticas se manifiesten sino el modo en que se ha buscado confrontar, alimentado el boicot como herramienta no de defensa del colectivo sino de desmarque de los actos organizados. Que cada cual es muy libre de participar o no en ellos, pero no acabo de ver que, en el actual estado de cosas, con lo que se escucha en los foros políticos del entorno de ciertas voces y la amenaza -en mi humilde opinión- objetiva de que se trate casi de criminalizar la demanda de igualdad de derechos y libertades, el debate central del colectivo trate de situarse en el eje capitalismo-anticapitalismo. No veo que la bandera arcoiris esté izada tan alta como para que empiecen a querer patrimonializarla.