NO es difícil de entender que la superposición de calendarios para la constitución de gobiernos anime a Pedro Sánchez a tirarse la pelota larga. Fía para el mes que viene su investidura y, en realidad, está aplicando una estrategia que le era propia a Mariano Rajoy: pausa y que repose el caldo. En esencia, el candidato a la reelección sabe cuál es el relato ajeno y está posicionando el propio. El discurso de la derecha que le reprocha apoyarse en los separatistas será mercancía caducada de aquí a un mes. La aritmética no lo precisa ni los votos marcados -ERC, JxCAT y EH Bildu- le han sido ofrecidos. De hecho, el escenario ya confirma que no necesita de su acción y el socialista tiene terreno suficiente para no precisar tampoco de su omisión. A cambio, Sánchez está dejando que sea Ciudadanos quien se cierre la puerta como una alternativa a Unidas Podemos. Mientras tanto, las opciones de desencuentro de los de Rivera y el PP en los ámbitos municipales y autonómicos solo pueden favorecerle. Si se produce, el desgaste del frente alternativo lo desactiva incluso para la tentación de forzar unas elecciones anticipadas, que tendrían ya casi incluso atracción para Sánchez. Si no ocurre, la reproducción del modelo andaluz -PP más C’s más Vox- justifica por sí sola la exploración de todas las demás opciones para la investidura. Pero, entre tanta táctica, existe el riesgo de que se quede Nafarroa por el camino. No sería aceptable que así fuera en un marco en el que, si Ferraz diera cuerda a sus baronías para acordar incluso un pacto contra natura con el PP para Canarias, se le exija al PSN dilapidar su proyecto por pura presión mediática en Madrid.