La tradición no entiende de fronteras. Entre los compradores destacan también rostros extranjeros que se suman al ritual del racimo. Garret James es uno de ellos. Su acento estadounidense no pasa desapercibido entre la clientela más veterana. “Llevo tres años viviendo en Bilbao”, cuenta este joven de Wyoming.

Un amor que no entiende de fronteras

La vida y el encuentro con su pareja -gaditana- en Francia les llevó a Sídney y, finalmente, Bilbao. “Ella es investigadora y estamos muy contentos aquí”, explica, mientras llena su bolsa de tela ecológica con verduras y las imprescindibles uvas. “Desde que vivimos aquí las tomamos. Es una tradición que me gusta, aunque celebrarlo en verano en Australia también tenía su encanto”, señala.

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La villa, un reclamo navideño para los canadienses

También se estrenan con las uvas Anna Bolger y Cameron Fong. Llegados desde Toronto, han cruzado el charco para pasar las fiestas en la villa. “Vinimos en Navidad y nos vamos el 1 de enero”, explican. La lluvia que cae sobre las Siete Calles les resulta incluso atractiva frente al frío extremo y la nieve canadiense. “Es una ciudad muy cómoda para caminar”, apunta Cameron, convertido estos días en devoto del pintxo de jamón. Con las uvas en la mano, despachadas por Amaya Madrazo -cuarta generación de Frutas Alicia González, donde el inglés se mezcla cada vez más-, la pareja canadiense se prepara para debutar en la tradición. “Seguro que nos trae suerte”, dicen.