Sitiados por el ruido mediático del proceso sobre el procés, la campaña preelectoral o la incierta resolución del Brexit, ayer pude leer en este periódico que “Las gildas y el txakolí se cuelan en EE.UU. y Japón”. Una breve noticia, intrascendente y folklórica para unos, pero interesante para quienes, en el día a día, ponen su profesionalidad en el trabajo de elaborar estos productos que complementan y alegran la gastronomía vasca. Una noticia que venía precedida por otra en la que se anunciaba la apertura, el próximo jueves, de una nueva oficina de la Agencia de Internacionalización de Euskadi en Washington.

Será en el marco de una misión institucional y empresarial que, por espacio de cinco días y encabezada por la consejera Arantxa Tapia visitará diversas universidades, así como Silicon Valley, donde se alojan las mayores corporaciones tecnológicas del mundo. El objetivo es optimizar las relaciones comerciales en sectores de la energía y la automoción, así como abrir nuevas oportunidades de negocio en el ámbito tecnológico. Dicho de otra manera, y con el permiso de los gastronómicos, el Gobierno vasco y las 15 empresas presentes en la misión, pretenden colar en EE.UU. las gildas tecnológicas vascas, al tiempo que mejoran las relaciones con los centros del conocimiento.

El futuro se escribe con la aptitud del conocimiento y la actitud de la internacionalización. Ambas son necesarias en el día a día, sean empresas privadas o instituciones públicas; sea en época de bonanza económica o en tiempos electorales porque en un mercado globalizado y competitivo como el que vivimos no basta con hacer bien las cosas, ni con centrarnos en espacios locales. Es inexcusable ir allá donde saben apreciar la calidad de las cosas, sean alimentos o productos industriales de tecnología avanzada, como también es preciso el mestizaje del conocimiento. Es decir, aprender de los que saben más.

Claro que la contaminación mediática del ruido electoral y la demagogia pueden hacer que algunos políticos se crean en el derecho de fiscalizar esta misión comercial calificándola de electoralista, como si la organización de esta delegación y la apertura de una oficina comercial se pudieran organizar, a toque de cornetín, una vez conocida la convocatoria de unas elecciones anticipadas. No deja de ser paradójico el hecho de aceptar promesas electorales, aunque luego no se cumplan, y reprochar a quien hace su trabajo.

KUTXABANK. Otro tanto puede decirse de Kutxabank, cuya gestión, reconocida y valorada como solvente por el BCE, está aportando sustanciosas aportaciones a la ciudadanía vasca. Así, en 2018 los beneficios obtenidos se han incrementado en un 10% respecto al ejercicio anterior, lo que permitirá disponer de 166 millones de euros a las fundaciones de BBK de Bizkaia (94,6 M), Kutxa de Gipuzkoa (53,1 M) y Vital de Araba (18,2 M) para financiar sus respectivas obras sociales. Desde que se fusionaron las tres cajas, el dividendo acumulado y destinado a la obra social asciende a 676 millones. Unas cifras que permiten, cuando menos, dos reflexiones.

La primera reside en el buen hacer de sus gestores. Nos guste o no, Kutxabank forma parte de la sociedad occidental que está bancarizada. Las entidades financieras constituyen la piedra angular de un modelo económico basado en la libertad de mercado. Lo fundamental, por tanto, es que su visión del mercado y su misión ante la sociedad vasca estén bajo el prisma de los valores de la profesionalidad, la responsabilidad y la honestidad. Nadie es perfecto, pero hasta la fecha no se conocen despilfarros ni corruptelas.

La segunda reflexión va dirigida a quienes, en el transcurso de las negociaciones para unir las tres cajas en un banco, cumpliendo con ello la normativa vigente, expresaron su rechazo a una hipotética privatización, exigiendo que se diera “marcha atrás” en la bancarización de las cajas y reclamando que se construya un sistema financiero vasco que “permita gestionar el crédito y el ahorro vasco en beneficio de las personas y de la sociedad”. A día de hoy y vistos los resultados, alguien debiera hacer autocrítica.

Las gildas vascas, sean gastronómicas, industriales, tecnológicas o financieras, buscan, con sus errores y aciertos, un lugar en el futuro bienestar de los vascos.