Casi nos pasa desapercibido la semana pasada que Donald Trump y Xi Jinping decidieron mantenerse cogidos por las partes tres meses más y no tirar de ellas con un mal acuerdo sobre aranceles. Llegado el enésimo límite insuperable, el ultimátum definitivo antes de desatar las iras de unas tasas draconianas, la Administración estadounidense envainó el sable y se dio mus ante la falta de acuerdo con los chinos. Ya sabemos que en Europa no tenemos la baza de la ingente deuda financiera estadounidense para bajarles el diapasón, pero la prisa de la Comisión no era el mejor mimbre para un buen acuerdo.
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