La teoría literaria despliega una buena cantidad de géneros y subgéneros para clasificar tanto los textos como a sus autores. Escritores y periodistas han desarrollado a lo largo del tiempo fórmulas lingüísticas y literarias para hacer moldeable la lengua, la técnica y la potencia expresiva del lenguaje. Uno de los subgéneros más clásico en el estudio de la gramática es el debate, artilugio que tiene un amplio recorrido entre la tropa de plumillas, deseosos de plasmar las condiciones de la escritura y sus condicionales. El debate es un artilugio filosófico difícil de manejar que requiere buenas dosis de conocimiento y capacidad probada de imaginación y velocidad en la respuesta combativa, que enfrenta a varios opositores en una batalla dialéctica y a veces sangrienta. La acumulación de debates en el último período electoral ha propiciado la presencia de los pesos pesados de estos espacios en las formaciones políticas que se juegan imagen, credibilidad y voto. Los combatientes de los debates buscan noquear al contrario utilizando artes, mañas y trampas para destrozar imagen, mensaje y credibilidad del oponente/es. Los malos modos, las faltas de respeto al contrario, el insulto y la bajeza moral sirven para triunfar en el debate y aplastar al enemigo, expresión desgraciada del otro. Muy de cuando en cuando, los debates cogen el carril de las buenas maneras, se escuchan acertados enfoques y respetuosos decires, que hacen adquirir maneras y modos de calidad y buen hacer. Cierto que esto ocurre muy de vez en cuando, y parece milagro de combatientes enfurecidos y agresivos. Es un ciclo que recuerda la vuelta a las andadas, en lo que es un ejercicio de acoso y derribo, capaz de agotar a los émulos del Santo Job.