Con un certero golpe de mano, la Navidad se ha presentado a las puertas del mes decembrino, anunciando la fiesta de las fiestas, el ciclo navideño. Como por arte de magia o ejercicio de ensoñación, los escaparates, las calles y las teles se llenan de reclamos comerciales, demostrando la necesidad de hermanar intereses comerciales y mensajes televisivos. La televisión generalista se ha convertido en la gran pregonera de la fiesta del consumo, en el gran heraldo del gastar desatado y exagerado, que satisfará nuestra ansia compradora y arruinará nuestros bolsillos. En una agitación desbordante pasará el tiempo para la magna celebración que a unos hace felices y a otros hunde en la desesperación, en una manifestación sociológica de paz, ventura, celebración y mareo festivo. Desde hace cincuenta años, las teles de la aldea global se hermanan en estas fiestas y se hacen solidarios canales televisivos, con mensajes consumistas y deseos de paz y esperanza mientras que la guerra zumba por las cuatro esquinas del mondo cane. Las pantallas se llenan de productos para consumir y satisfacer el ego desatado de la mano de Papá Noel, Santa Claus o los Magos, troupe risueña que nos atonta durante un par de semanas. La fiesta está a punto de lucir con fuerza, ilusión y brillo. La tele se convierte en la gran protagonista de un ciclo festivo lleno de reclamos y ofertas. Los anuncios televisivos son la espina dorsal de esta celebración. La aparición del sorteo de Lotería nos acerca a la noche caliente del 24, con el Niño recostado en el pesebre de los nacimientos, tradición viva y caliente en el corazón de los humanos. La tele se hace Navidad y ésta se hace explosión mediática. Es la disparada dimensión mediática del derroche desatado.