Una participación alta en unas elecciones siempre es síntoma de buena salud democrática. Los buenos datos de participación en el marco de una jornada electoral fortalecen la legitimidad de los gobiernos y refuerzan la confianza en el sistema político. Si uno interioriza que su voto cuenta, que su voz es escuchada, hay más posibilidades de que se comprometa y participe de forma activa.

No importa que el vermú del domingo sea el camino más corto para ir a votar. Es día de contar y hoy todo cuenta. Lo importante es hacerlo porque es una forma de responsabilidad, no solo ciudadana, sino para no otorgar espacio a una jornada desigual que, con una participación baja, puede distorsionar los resultados. Supone un problema que socava la representatividad, legal sí, pero lo importante es saber quién no ha votado, cuál es su perfil y por qué no lo ha hecho. Y aquí, ojo a las nuevas generaciones, a aquellos que votan hoy por primera vez, porque las redes sociales, es decir, su día a día, juegan un papel fundamental en la matriz de opinión de estos nuevos votantes que ya no absorben lo que oyen en casa o en las teles, sino lo que machaconamente decide el algoritmo. Y es conocido aquí el papel protagonista de los polos, aquellos que saben moverse bien en estas autopistas, en los caminos del éter. Deseamos desterrar la apatía tradicional del votante joven a la hora de acercarse a la urna y ahora están deseando votar. ¿A quién? Quizás estemos en la antesala de una broma de sobremesa. Considero que es uno de los focos de esta noche y que nos va a acompañar en los próximos ciclos electorales. ¿Y los escépticos irreductibles? Supongo que es fácil apelar a que “el pescado está vendido”, a que “la suerte está echada” o total, “para qué, si siempre ganan los mismos”. Y conviene insistir en que lo de hoy es una manera de hacer valer nuestros intereses y ser partícipes en la toma de decisiones que van a afectar a nuestra vida, sí, hasta en el precio del pan que compramos todos los días.

Cuando, tras una jornada electoral la participación alta, es glosada, y a la abstención del mismo peso no la felicita nadie, dice mucho de la hermana enaltecida y aquella otra, que cuando gana masa, siempre es despreciada. Porque no es lo mismo votar que no votar. Hacerlo es un acto de voluntad, y constituye una herramienta para el cambio o el mantenimiento de la estabilidad y el respaldo.

Estas elecciones van de mucho más que de la compra de votos en Mojácar, la plaza de la Comunidad Valenciana, la carrera de Ayuso o los apremios de Feijóo con las listas más votadas. El termostato está en casa y empieza por ejercer un derecho a voto que tenemos tan normalizado que hasta nos desmemoriamos sobre un lugar donde hacerlo hace tan solo unas décadas era un deseo soñado. ¿Que la suerte está echada? Pues ya es hora de que se levante. Quizás todavía esté a tiempo para activar su voto, una expresión tan necesaria como poderosa y que a todos nos iguala. Úselo.