SOSTENÍA el otro día en su despedida el ya expresidente del Constitucional que el magistrado “está a solas con su conciencia y solo de ella depende”. Pues el magistrado del Tribunal Supremo Pablo Llarena debe tener una conciencia que no le cabe en la toga. Si ahora la ley no encaja con el objetivo impulsado con mis autos, no se preocupen ustedes: tengo los ases que hagan falta para sacármelos de las puñetas. Y si ese cambio legal no me gusta, ya me encargo de abroncar con mi excelsa prosa jurídica al Ejecutivo, al Legislativo y a quien se ponga por delante. La división de poderes soy yo.