cONTENIDA, como la iniciativa del Athletic en el derbi hasta que el cántaro se rompió la primera vez que fue a la fuente, debe ser la euforia que acompañe esa foto mágica en la que todo el mundo aparece en segundo plano, por detrás en la tabla. Una instantánea que han hecho posible los buenos oficios propios y el despiste que embarga a los amos del campeonato en el comienzo del curso.

Mientras ya hay quien pide la inmediata renovación de Gaizka Garitano, este se remite a diciembre para echarle el primer vistazo a la clasificación. El hombre sabe de lo que habla: nadie ha ganado nada en septiembre. Nada que exceda del número de puntos que consta en el casillero y que sin duda son una buena base para perseverar. Dejémoslo en que el equipo ha cogido carrerilla porque ha sabido sortear las minas que le deparó un calendario inquietante y, de momento, está legitimado para creer en sí mismo.

Por ahí se explica lo que está pasando. La fe es sinónimo de confianza y va asociada a los resultados. Hace un año, con las mismas jornadas disputadas también se encontraba el Athletic ajeno a la derrota pese a que en su seno se percibían dudas o desajustes que le habían impedido ofrecer una versión fiable. Era pronto aún y el nuevo proyecto merecía un margen para que arraigase, se decía. Pero en la quinta jornada lo que hubiese sido acaso un impulso, si no definitivo sí muy valioso, se tornó en un revés del que no se repuso. El equipo lo bordó de salida en el Villamarín, la exhibición se tradujo en una ventaja de dos goles, aquello parecía el ansiado despegue hacia la zona noble. Una expulsión estúpida antes del descanso, lo que sería un accidente como tantos que se producen en la temporada, arruinó la expectativa creada: el Betis equilibró el marcador.

El mal fario ya no se despegó del Athletic. En el siguiente partido, uno de esos donde sin estar ni bien ni mal, simplemente manteniendo el pulso al rival, sufrió una debacle en casa frente al Villarreal, que estrenó su cuenta con un globo desde medio campo.

Ya no hubo manera de levantar cabeza, ni siquiera empatando en el Camp Nou. Y llegó diciembre, ese mes en el que asegura Garitano que por fin mirará detenidamente la clasificación, y entonces quien lo hizo fue el presidente. Eduardo Berizzo fue destituido por Josu Urrutia y se abrió la etapa que hoy disfrutamos.

Quizá en sus reflexiones el actual míster tenga bien presente este episodio, trascendental para entender la anécdota del liderato como es debido, sin subirse a la parra, consciente de los vaivenes del fútbol; de que las inercias, sin excepción, poseen fecha de caducidad; de que la memoria en cuestiones del pelotón opera en modo selectivo y, por tanto, implacable.

A Garitano le tocó el marrón de reactivar un grupo alicaído después de meses engañándose a sí mismo, por pura inconsciencia si se quiere, aunque la terquedad de los hechos era tal que perfectamente le podía haber puesto delante del espejo (léase la clasificación) para volver a pisar tierra. Esa tarea la asumió el entrenador, se lo puso muy claro a la plantilla, vaya que sí: vamos a jugar así y punto. Punto y aparte respecto a la etapa anterior apelando a las esencias del juego: la prioridad es no recibir gol y nuestras señas de identidad, lo que determina la cualificación del equipo, son la solidaridad y el compromiso. Todo muy Athletic, la verdad.

Las citadas virtudes, mejor afinadas y sin urgencias, han posibilitado el cúmulo de datos y cifras que hoy nos brindan motivos para la alegría tras el pertinente buceo en los archivos. El equipo adolece de rigidez en la creación, no le sobra en la culminación, se encoge de viaje, pero con todo está compitiendo de maravilla. Va, carbura, transmite energía.