EL tiempo corre igual para todos, pero hace ciertas excepciones. Por ejemplo, se ralentiza para los tocados por la varita de la eterna juventud.

Aritz Aduriz esperó a que terminase la temporada anterior para oficializar su continuidad. Los meses previos fueron muy duros para quien durante años se había propuesto (y logrado con inusitados resultados además) saltar los límites naturales que rigen en el profesionalismo. Avanzaba el calendario y veía que el cuerpo había dejado de responderle. Estaba disgustado con una realidad nueva para él, no podía jugar y dudaba sobre qué hacer. Mientras el entorno insistía en aconsejarle o pedirle que no arrojase la toalla, tal como reconoció el entrenador en pleno mes de mayo, acaso Aduriz no podía quitarse de la cabeza que por algo ya tenía planificado con cierta antelación su adiós para hacerlo oficial en esas mismas fechas.

Los acontecimientos, básicamente una lesión que se alargaba en exceso, parecían susurrarle al oído que sí, que su tiempo había pasado, que estaba acertado cuando pensó en colgar las botas cumplidos los 38 años. Sin embargo, optó por lo contrario y en ello tuvo mucho que ver el amargo regusto de la impotencia. No poder colaborar precisamente cuando el equipo anduvo metido en serios problemas le carcomía más que el arduo proceso de rehabilitación que culminó en abril.

Reapareció, dispuso de ratos, incluso alguna titularidad, aunque no consiguió coger el hilo de la competición. Desde luego no era el epílogo soñado y entonces se decantó por alargar su carrera. El club se lo puso en bandeja y su carácter le impulsó a aceptar la renovación. En ese instante asumía una decisión que más adelante podrá valorarse y que cuando menos implica una gran responsabilidad.

El delantero que ha liderado la plantilla y hecho posibles unos objetivos sin punto de comparación en las décadas precedentes, no es el futbolista que ayer anunció que esta vez lo deja. Hace un par de cursos que empezó a emitir síntomas de decaimiento, normales a su edad, pero siempre difíciles de asumir, máxime si el interesado es el paradigma de la obsesión por el cuidado de su físico y vive permanente enganchado a la competición. Son los secretos de la longevidad de Aduriz, pero ya no le vale con ser meticuloso hasta el extremo en el trabajo diario y encarnarse en el peor rival posible en los partidos, y él es consciente de ello.

Alcanzará y rebasará la cifra redonda de los 400 encuentros y, pese a que hoy parezca improbable, cabe hasta que adelante a Iraragorri para ubicarse entre los cinco máximos goleadores de la historia de la entidad, pero él sabe lo que le va a costar ponerse cada semana a disposición del míster, recuperarse tras cada actuación, brindar satisfacciones a la afición. Le toca esperar turno, aliviar en la medida de lo posible a Williams y hacer vestuario. Será su cometido, bien distinto al que desempeñó desde que negoció con el Valencia para regresar a casa.

Su enorme aportación le ha permitido recibir un trato de favor y él ha estimado que la mejor manera de seguir correspondiendo es calzarse las botas un año más. Cuanto suceda en adelante no variará un ápice el reconocimiento y el cariño de San Mamés y de la calle, de modo que aunque lo que ayer desveló era algo que estaba cantado y tranquilamente podía haber omitido, vamos a asistir a un final feliz. Fue en lo que hizo hincapié, no es para menos: poder elegir cómo y dónde despedirse y que sea en el Athletic es el no va más para alguien que siente los colores.