DESGRACIADAMENTE, la concurrencia de diferentes y múltiples niveles institucionales a configurar (Ayuntamientos, Cabildos, Juntas Generales, Parlamento Foral navarro, Asambleas de Comunidades Autónomas?), su cercanía a las elecciones al Congreso y Senado español, además de un desigual y confuso tratamiento informativo en los medios de comunicación, han relegado la única cita de participación democrática en la construcción europea cada cinco años. Así, la escasa oportunidad informativa y su consecuente desafección crónica nos alejan de sus instituciones e impiden considerar su impacto en nuestras vidas, lo que se agrava por un claro secuestro de una potencial campaña electoral propia, en la que los candidatos elegidos puedan dar cuenta de lo realizado, exponer propuestas de futuro y pedir el apoyo democrático para realizar su trabajo. Una vez más, como si se tratara de pasar de puntillas, 1.725 candidatos (además de suplentes), dentro de 32 diferentes candidaturas aspiran a los 54 escaños (de 751) que corresponderán al Estado español, como uno de los 28 Estados Miembro de la Unión Europea. No es de extrañar, por tanto, que nos encontremos con participaciones escasas como el 42% de las últimas elecciones de 2014, media entre la elevada en Bélgica (90%) y otras como la de Chequia con solo un 13%.

En mayo de 2014, en estas mismas páginas, escribía La Europa que quise y quiero recordando los principios fundacionales de la Europa de postguerra y la ilusión por reconstruir y reinventar un espacio derrotado, en crisis, en una apuesta desde la solidaridad por lo que supone -ya hoy, pese a todo- el mayor espacio de paz, prosperidad, bienestar y progreso social a lo largo de este mundo desigual. Sin embargo, los europeístas convencidos no nos vemos reflejados en esta Europa empeñada en perpetuarse como un club de ejecutivos de Estado, burocratizado desde el viejo estilo diplomático del pseudoconsenso limitante, que no incomode a nadie, repartiendo posiciones entre dos grandes familias desavenidas que distribuyen sus mandatos, cuotas y componendas en una gobernanza ineficiente y alejada de quienes han de verse afectados por las decisiones (o la falta de ellas). No es de extrañar, por tanto, que, de una u otra forma, partidarios o no de la Unión Europea como espacio común (deseado o no), planteen, de una u otra forma, su revisión, refundación o, en algunos casos, salir de la misma (Brexit, Grexit, Frexit ?). No vale limitarse a culpabilizar de este sentimiento a los movimientos nacional-populistas (signifiquen lo que signifiquen según quien utilice el término), prescindiendo de una mirada autocrítica hacia el interior de la Unión. La crisis europea es, por encima de todo, una crisis de democracia.

Mañana, conocidos los resultados, volveremos a repetir, una vez más, que Europa ha de ser permeable a los nuevos desafíos que el crecimiento, la igualdad, el desarrollo inclusivo y la competitividad exigen, desde una sociedad europea cansada de recetas equivocadas de austeridad mal entendida y sin éxito para las personas. Insistiremos en una nueva orientación de esta Europa que no puede seguir sumida en la irrelevancia ante los jugadores externos que lideran ese viaje hacia el este en el que China y Rusia abanderan nuevos liderazgos y en la insignificancia ante las políticas estadounidenses. En una Europa que no puede continuar insensible a la realidad, dolorosa y compleja, de la emigración africana. Una Europa que no puede mantenerse paralizada, discurso tras discurso, sin enfrentarse a su propia transformación, que reclama un rearme ideológico y de valores, de compromisos y liderazgos compartidos, nuevas estructuras y modelos socio económicos (desde el humanismo, el desarrollo inclusivo, hacia el progreso social?), redefiniendo una gobernanza participativa (por compleja que sea) en la que todas las voces de pueblos, regiones, naciones, ciudadanos que la componen, sean actores de sus propias decisiones. Una Europa capaz de anticipar un nuevo mundo y mercados emergentes, generadora de verdaderos espacios de innovación y desarrollo. Una Europa de futuro y no del pasado, por brillante y apasionante que éste haya sido. Una Europa que, en verdad, haga de la cohesión social y territorial su principal foco de atención, priorizando su dimensión social y no un discurso de convergencia económica.

En esta campaña secuestrada, agravada por las trampas del poder del Estado, con circunscripción única, desvirtuando la realidad cultural, territorial y de voluntades institucionales y políticas diversas , en el marco electoral europeo de las reglas del pasado que siguen obligando a configurar grupos parlamentarios artificiales en torno a etiquetas que unifiquen representantes y partidos dispares por comodidad organizativa del funcionariado y de los gobiernos centrales, descafeinando lo que habría de ser un verdadero Parlamento o una Comisión (que se supone ha de hacer las veces de gobierno Europeo) o unos Consejos Europeos que se suceden como simples encuentros protocolarios y mediáticos de fines de semana. El llamado déficit democrático sigue vivo.

Repasando las declaraciones, manifiestos, programas electorales de los diferentes candidatos, partidos y grupos, comparándolos con los del año 2014 en la anterior consulta electoral, encontramos escasas diferencias. Mismos retos, mismos reclamos, mismas críticas por superar. Hoy, hechos tan relevantes como el Brexit son un gran ejemplo del inmovilismo por superar. La propia participación del Reino Unido en estas elecciones con 73 representantes elegidos que previsiblemente abandonarán sus escaños en los próximos días o semanas y la nueva situación creada con una Europa a 27, no solo obliga a un nuevo estado de relación con el Reino Unido, sino que, a su vez, la recomposición de los infraestados o espacios interiores y naturales dentro de algunos Estados Miembro exige una nueva manera de abordar la transformación del viejo club. La salida del Reino Unido supone, también, un nuevo mapa con el futuro de Irlanda (unificado o no), del próximo referéndum escocés deseando, mayoritariamente, permanecer en Europa. El torpe proceso negociador de salida no ha facilitado alternativas de espacios colaborativos de singular beneficio para todos.

Desgraciadamente, la campaña secuestrada nos ha imposibilitado pensar en una nueva Europa y conocer, de verdad, lo que habríamos de esperar en estos próximos cinco años. Alejados de la no campaña en el Estado español, diferentes debates y foros, así como contribuciones publicadas en otros Estados Miembro, los spitzenkandidaten (precandidatos de las principales familias políticas a presidir la Comisión Europea y/o el Parlamento) sí nos han transmitido sus opiniones e intenciones demostrando diferencias relevantes en su manera e intención de abordar el futuro de Europa en lo económico, social y político y hacia la conversión de la Comisión en un verdadero gobierno y de los Consejos Europeos en Consejos europeos. La arquitectura del euro, la política industrial y de competitividad, la cohesión social y la dispersión de fondos regionales, de empleo, sociales, etc. deben reevaluarse -en función de los resultados reales obtenidos y no por indicadores de ejecución administrativa- para impulsar proyectos interregionales que mitiguen las disparidades territoriales y la concentración de recursos en determinados centros que aumentan la divergencia. En definitiva, nuevos roles, relevantes para la vida y futuro de los europeos.

Con la esperanza de que en 2024 podamos acudir a las urnas sin los viejos papeles de hoy y con la ilusión de participar de una nueva realidad, depositemos hoy nuestro sobre azul por una Europa viva, real e integradora, una Europa refundada, concentrada en lo esencial, compartiendo soberanía, superando su ya crónico déficit democrático, abordando los muchos y complejos desafíos de futuro.

Europa sí, pero desde nuestras propias decisiones, voluntades y proyectos compartidos.

Que hoy las urnas escuchen nuestras voces.