HACER predicciones en política, incluso aunque estén sustentadas en datos y en información -lo que las aleja de la mera especulación-, es siempre peligroso. Vivimos momentos líquidos, que cuando se calientan se convierten en vaporosos. Y los periodos de antes, durante y después de campañas y elecciones -o sea, ahora mismo- son especialmente peligrosos. Aun así, la previsión más realista es que no habrá elecciones vascas este año.
Lo ha dicho el lehendakari y lo dice la coyuntura (política y económica), la situación estable del Gobierno vasco y hasta la oposición. Un cambio en cualquiera de estas variables tampoco tiene por qué significar la necesidad de un adelanto electoral, salvo que sea poco menos que una catástrofe. Evidentemente, una conjunción de las tres sí podría ser determinante, pero es improbable.
Conociendo al lehendakari, es seguro que apostará por la estabilidad y por agotar la legislatura lo máximo posible. La situación de minoría del Ejecutivo, salvo que la oposición acabe formando un bloque prácticamente permanente -lo que sería inaudito en grupos tan dispares como EH Bildu, Podemos y PP-, es soslayable mediante la geometría variable que ya ha venido practicando con éxito y los frentes abiertos -con intereses no siempre claros e incluso oscuros- en departamentos como Salud y Educación es muy probable que vayan disipándose. Así que, salvo un incendio en la coalición PNV-PSE, la situación no es dramática.
¿A quién interesa un adelanto de los comicios en Euskadi? Hoy por hoy, a nadie. Sería un maratón electoral casi insufrible. Para el Gobierno, para la oposición y para la ciudadanía, que podría entrar en depresión convertida en desafección. El año que viene será otro día.