CIUDADANOS se consolida como un partido chicle. Su elasticidad a la hora de servir de aterrizaje a los defenestrados del PSOE y el PP es a la vez una evidencia de dónde está el espacio ideológico común entre todos ellos. Más allá de seguir en el candelero, quiero decir. Esta semana se anunció el aterrizaje de una ex del PP en Castilla y León, Silvia Clemente, y de uno del PSOE balear, Joan Mesquida. A este le ve Rivera de ministro del Interior. Pero, además, la candidatura de Manuel Valls, al que Rivera ha contratado con ficha de oriundo tras su carrera política defenestrada en Francia, se verá reforzada en su pulso por el Ayuntamiento de Barcelona por el exministro socialista Celestino Corbacho. Corbacho es uno de esos políticos por convicción, que ha vivido de ello desde que entró como concejal en L’Hospitalet en 1983 hasta que salió del Parlament de Catalunya en 2015. Toda una vida, como canta un amigo mío. Ahora ha descubierto que él, antes que socialista, es antinacionalista en un país -Catalunya- al que emigró a los 13 años desde su tierra, Badajoz. Puede acabar compartiendo proyecto político con otro currículo homólogo -de concejal en 1994 a presidente de Baleares y, desde 2015, senador- pero con carrera en el PP: José Manuel Bauzá. A diferencia de Corbacho, Bauzá siempre ha jugado por la banda derecha pero, ahora, se confiesa más cómodo en la posición de extremo: admitía en enero pasado que se reconoce en el discurso de Vox. ¿Qué tienen en común los fichajes de Rivera? Ni el modelo social, ni el económico, sin duda. Pero, como diría Rajoy, son muy españoles y mucho españoles. Al partido chicle se le van pegando todos. Pero los nacionalistas son los demás.
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