vivimos una época de gran confusión. Sabemos que algo está cambiando, pero ignoramos el qué. Percibimos, bajo nuestros pies, en nuestros bolsillos y, en definitiva, en nuestra idea de seguridad laboral y autonomía económicas, la brusca liberalización de energía provocada por la simbiosis entre la globalización y las nuevas tecnologías. Observando el escenario, quedamos atrapados en una sensación similar a la que se obtiene contemplando la obra de arte más famosa de la historia, la Gioconda o Mona Lisa, cuya enigmática sonrisa sigue siendo un misterio sin resolver, como también lo es la estrategia de los bancos que presentando un importante aumento en sus beneficios, anuncian el cierre de oficinas y el despide de miles de trabajadores.
Los banqueros, como Mona Lisa, miran hacia la izquierda y esbozan la sonrisa del triunfo. En 2018, las principales entidades financieras han incrementado sus beneficios en un 22,4% más que en el ejerció anterior, pero si tratamos de fijarnos directamente en las ganancias anunciadas, la sonrisa desaparece y argumentan riesgos, problemas y peligros que hacen necesaria una política de recortes (sucursales y puestos de trabajo). Es decir, los bancos ganan mucho dinero y sonríen, pero como quieren ganar más, utilizan, como Leonardo Da Vinci, la técnica de difuminado llamada sfumato y la imagen de la banca aporta diferentes expresiones para la sociedad.
No vamos a insistir más respecto a los orígenes o causantes de la última crisis. Tan sólo diremos que entre sus responsables se encuentra uno de los conceptos fundamentales del devenir social y económico en los últimos siglos: el Homo economicus. Es una expresión latina referida a un modelo de comportamiento del ser humano como individuo racional que pretende obtener, en una sociedad adulta, los mayores beneficios con un esfuerzo mínimo. Se trata de un prototipo teórico que pretende explicar cómo actuaría en condiciones ideales el sujeto ‘perfectamente racional’ cuyo origen conceptual puede situarse en el libro II de ‘La riqueza de las Naciones’ de Adam Smith (1776) cuando señala:
“En todos los países donde existe una seguridad aceptable, cada hombre con sentido común intentará invertir todo el capital de que pueda disponer con objeto de procurarse o un disfrute presente o un beneficio futuro. Si lo destina a obtener un disfrute presente, es un capital reservado para su consumo inmediato. Si lo destina a conseguir un beneficio futuro, obtendrá ese beneficio bien conservando ese capital o bien desprendiéndose de él; en un caso es un capital fijo y en el otro un capital circulante. Donde haya una seguridad razonable, un hombre que no invierta todo el capital que controla, sea suyo o tomado en préstamo de otras personas, en alguna de esas tres formas, deberá estar completamente loco”.
EXCLUYENTE E INSACIABLE El mensaje fundamental de estas palabras sugiere el uso individual, excluyente e insaciable de la inteligencia racional y la libertad en su propio beneficio y considera ‘completamente loco quien no maximice sus preferencias y aumente sus ganancias, bien sea por ahorro, por acumulación o por intercambio del capital de que pueda disponer, sea suyo o tomado en préstamo de otras personas. Un individuo tal sería ‘maximizador’ de sus preferencias: actuaría siempre de manera que consiguiera ‘más por menos’; el modelo da por supuesto que todo lo que hacen los hombres tiene sentido en y para el mercado.
Es decir, consumir, ahorrar o invertir son las opciones personales que satisfacen las necesidades individuales del homo economicus, entendidas, eso sí, desde una versión posmoderna en la que el economicus se convierte en el genuino macho alfa como genuino líder de la manada, empático y respetuoso que sonríe al ciudadano para estimular el consumo y el ahorro de los demás para invertir en su propio beneficio como jefe controlador y agresivo.
Sólo desde este mirador se entiende la preocupación del homo economicus por el futuro del sector bancario, que abandona toda pretensión humanista (destrucción de empleo) para maquillar su imagen con una sonrisa humanitaria. Es decir, deja a un lado los principios de igualdad de oportunidades y de la meritocracia, para aparentar ser caritativo con la desigualdad y las tragedias familiares que él mismo provoca. Es la enigmática sonrisa de la banca.