la decisión de esta semana de la Comisión Europea de rechazar de plano los Presupuestos Generales enviado por el Gobierno italiano, supone un precedente en la historia de la construcción europea, pero sobre todo, un desafío del Ejecutivo bipolar de ultraderecha y ultraizquierda transalpino al euro y a la estabilidad misma de la Unión. La respuesta de Bruselas a unas cuentas que frente al 1,6% pactado de déficit, disparaba el diferencial de ingresos y gastos al 2,4%, ha sido contundente por boca del comisario de Economía, Pierre Moscovici: “Hay una desviación clara, aguda, asumida e incluso reivindicada”. Parece difícil que en el entorno preelectoral en el que se mueve la política en Italia y a escasos meses de las elecciones europeas, donde Marco Salvini, que pretende presentar una plataforma de líderes y partidos eurófobos, que Roma corrija sustancialmente los presupuestos.

Unas cuentas provocadoras Es evidente, que el Gobierno de coalición del Movimiento 5 Estrellas y la Liga Norte, si en algo está de acuerdo es en batallar contra las políticas de estabilidad presupuestaria impuestas por Bruselas, que consideran culpables del empobrecimiento del pueblo italiano. Estaba cantado, por tanto, que los presupuestos que iban a aprobar serían una escenificación que buscara a las claras la provocación. Italia tiene una deuda del 130% de su PIB, tanto que en 2017 dedicó la misma cantidad de dinero al pago de la deuda que a la política de educación. Dos formaciones políticas de signo antagónico se han puesto de acuerdo en buscar salidas por la vía más fácil, cayendo en la tentación de curar la deuda con más deuda, sin caer en la cuenta que solo se puede invertir en gasto social cuando uno es capaz de pagar a sus acreedores. De otra forma, el camino irresponsable de gastar lo que no se tiene, aboca irremediablemente a tus ciudadanos a perder servicios públicos y de bienestar.

El euro en juego Tras una década de políticas de ajuste severo, incluso de lo que se ha dado en llamar el austericidio impuesto por Merkel, la Unión Europea camina hacia una mayor flexibilidad de los criterios de estabilidad presupuestaria, virando hacia políticas más keynesianas. Sin embargo, lo que plantea Italia es prácticamente una ruptura de las reglas del juego, que afecta de lleno a la credibilidad de la moneda única, el euro. Las bolsas internacionales, la prima de riesgo y la paridad euro-dólar ya han hecho saltar señales de alarma ante la situación creada, dando indicativos evidentes de que las consecuencias de ceder a las pretensiones italianas podría suponer un ataque despiadado de los mercados a las posiciones europeas. Además, todo ello se produce en plena negociación del Brexit, otro precedente dramático para la UE: la primera salida de un Estado miembro y nada menos que la del Reino Unido. Sin los británicos, Italia se convertirá en la tercera potencia de la Unión, por lo que su peso específico vuelve a hacer tambalearse a la UE. Por ello, Bruselas ha decidido dar un golpe encima de la mesa y dejar claro que el que se quiera ir pagará un alto precio y el que se queda no puede jugar con el club sin cumplir las normas.

Las pretensiones de Salvini La pregunta entonces es qué pretende Salvini con esta provocación. La respuesta no puede ser otra que romper la Unión. Su política en migración, uno de los principales problemas de la UE y ahora su reto en materia presupuestaria, no deja lugar a dudas a sus intenciones de acabar con el proyecto europeo. Conocidos son sus coqueteos con Putin y más aún sus discursos neofascistas, en los que cuenta con los aliados de la ultraderecha europea con el húngaro Orbán como colega de bravuconadas. Sin duda, de tumbar definitivamente Bruselas los presupuestos y si llegaran a imponerse sanciones por la UE a Italia, el líder de la Liga Norte plantearía en referéndum para la salida de su país del euro, algo en lo que coincide con su socio, el Movimiento 5 Estrellas. Un primer paso para resquebrajar la ya débil unidad de una Europa incapaz de tomar las riendas de su futuro. A los líderes europeos que van de europeístas y, sobre todo, al eje franco-alemán, le ha lanzado un órdago de impredecibles consecuencias. Deben jugar con el equilibrio de la firmeza en el fondo y la flexibilidad de la sutileza en las formas. Le Pen ya lo intentó y fracaso. Salvini representa el segundo acto de la misma obra. Esperemos que el desenlace vuelva a ser favorable a los intereses comunes de los europeos.