europa se ha instalado en el día de la marmota. Las instituciones y los líderes europeos llevan más de un año en un auténtico punto muerto en torno a las dos cuestiones que atenazan el futuro de la Unión Europea: el Brexit y la crisis migratoria. La primera tiene fecha límite para su resolución, el miércoles 29 de marzo de 2019; la segunda, tiene el peso de la tragedia diaria vivida por los seres humanos que tratan de huir de la muerte y encontrar un futuro digno en nuestro espacio de libertades, amenazado por las opciones xenófobas antieuropeístas. Las dos crisis de enorme calado suponen el riesgo más cierto de acabar con el proyecto de construcción común. El Consejo Europeo celebrado esta semana en Bruselas no ha hecho sino repetir la falta de soluciones constatada en la reunión informal de hace unas semanas de Salzburgo. Ningún avance significativo.

El ‘Brexit’, en tiempo de descuento El miércoles se dedicó monográficamente al acuerdo de salida del Reino Unido de la UE. Quince minutos de exposición de la premier británica sin novedad alguna en su oferta. La única sorpresa fue su tono constructivo y su clara voluntad de alcanzar un acuerdo. La realidad es que los avances de los equipos negociadores, en el plano técnico, han sido casi definitivos. Realmente como reconoce Michael Barnier, estamos a unas semanas de lograrlo, pero el problema real es político y para ser exactos, es un problema de los políticos británicos. Porque pese a que podamos alumbrar fumata blanca en una cumbre extraordinaria en noviembre, quedará el paso más difícil de dar, la aprobación por parte del Parlamento de Londres, donde los Unionistas de Irlanda del Norte y los partidarios Conservadores del Brexit duro o la salida por las bravas, previsiblemente tumbarán un acuerdo “blando”.

Suicidio laborista, elecciones o caos Es evidente que las líneas rojas marcadas por la UE desde el inicio de la negociación no van a ser traspasadas. Está en juego la propia existencia de la Unión. El precedente de ceder ante Londres en cualquiera de las cuestiones consideradas críticas por Bruselas, supondría que cualquier otro Estado miembro solicite su salida en un trágico efecto dominó. Salir de la UE por voluntad propia, no solo tiene que tener coste, sino que debe ser muy alto para disuadir a los eurófobos del frío que hace fuera. Por tanto, si May no tiene mayoría en Wetsminster para sacar adelante un posible acuerdo, solo le quedará la opción de tratar de contar con el apoyo parlamentario de unos 50 diputados laboristas, con el consiguiente tremendo desgaste para el partido de Corbyn o convocar elecciones anticipadas. Es eso o el caos de una salida sin acuerdo, es decir, una ruptura abocada a la indefinición legal para empresas y ciudadanos.

ninguna decisión sobre migración El segundo gran tema tratado, el de migración, tampoco ha registrado avance alguno. Más allá de constatar que el número de cruces fronterizos ilegales detectados en la UE se redujo en un 95% desde su punto máximo en octubre de 2015, los mandatarios europeos siguen dándole vueltas a las propuestas del Consejo de junio y a las lanzadas por parte del presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker en el debate del estado de la Unión del mes pasado. Lo más que se ha logrado es instar a la creación de un grupo de trabajo para prevenir los flujos ilegales internos o respecto a la Guardia Costera común, solicitar que la propuesta de directiva se analice con carácter prioritario en el Parlamento Europeo y en el Consejo. Buenas palabras vacías de contenido decisorio y toda la esperanza puesta en que cada día sean menos las personas que busquen refugio y asilo en Europa. Mientras el discurso del miedo de la ultraderecha sigue calando.