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El trilema de La Naval

Esperanza y estímulo, por un lado, vértigo y tragedia, por otro. Son percepciones significativas que acordonan la montaña rusa en que se ha convertido la actividad económica, ofreciendo la esperanza del acuerdo presupuestario firmado por Sánchez e Iglesias; el estímulo de unas buenas previsiones en la recaudación fiscal de las Diputaciones Forales o el vértigo de la tragedia ante el anunciado cierre de los emblemáticos astilleros de La Naval de Sestao que, después poner sobre las aguas de la ría cientos de barcos, contempla, impotente, como el tsunami de la globalización liberal puede llevar al panteón de los recuerdos toda una historia centenaria.

Quienes hemos conocido, por edad y cercanía, la actividad de La Naval en los últimos cincuenta o sesenta años, sabemos la importancia que ha tenido la misma en la economía vasca. Ha sido el ‘cuarto ace’ de un poker de empresas tractoras, junto a Babcock Wilcox, General Eléctrica Española y Altos Hornos de Vizcaya, generadoras de riqueza para los accionistas y bienestar en miles de familias, cuyos miembros cruzaban la ría diariamente en el gasolino desde Lamiako, Leioa y Erandio; otros tomaban el tren en Bilbao o Santurtzi y el resto subía y bajaba las cuestas de Galindo e Iberia para fabricar bienes de equipo, transformadores, acero o? para construir barcos, botados en los astilleros de Sestao. Barcos como las dragas Cristóbal Colón y Leiv Eiriksson, consideradas las más grandes del mundo, que besaron las aguas cercanas al Puente de Bizkaia hace menos de una década.

Sin embargo, todo lo dicho hasta aquí sólo sirve para evocar un pasado en el que las luces del ‘poker de empresas’ iluminaban las calles, comercios y viviendas de Sestao, Portugalete, Barakaldo, Santurtzi, por citar las más emblemáticas de la Margen izquierda. Esas luces se apagan y, por ello, resulta un tanto incómodo poner énfasis en el sintomático y explícito titular con el que DEIA abría a cinco columnas la portada de este pasado jueves: “LA NAVAL DESPIDE A SUS TRABAJADORES”, seguido de un subtítulo en el que se podía leer: “El administrador concursal quema su última nave con la expectativa de captar un inversor”.

MUTATIS MUTANDIS Los gestores de La Naval en estos últimos años olvidaron uno de los principios básicos de los inversores: competitividad y rentabilidad en un mercado globalizado y agresivo. Es evidente que se han hecho las cosas mal, incluso muy mal, en los últimos años, pero nada se soluciona señalando culpables. Ahora hay que mirar al futuro y, como muy bien decía hace unos meses Pedro Miguel Etxenike: “No podemos predecir el futuro, pero sí podemos prepararnos para hacerlo frente”. Un futuro en el que los inversores pueden entrar si, ‘mutatis mutandis’ (cambiando lo que se deba cambiar), hay oportunidad de negocio.

¿Qué significa esa expresión latina ‘mutatis mutandis’? Pues que se deben cambiar algunas cosas y, al parecer, se pone énfasis en la carga laboral y financiera de una plantilla con 177 trabajadores, cuya masa salarial asciende a casi 10 millones de euros al año (según se desprende del salario medio que las cuentas de La Naval cifraban en 54.310 euros anuales en 2017, incluyendo impuestos y Seguridad Social), junto a las obligaciones que conlleva la antigüedad de la misma. Por tanto, parece que, si hay algún inversor en el horizonte demanda unas instalaciones relativamente modernas, una tecnología adecuada y un entorno social experimentado, pero sin la ‘mochila’ derivada de su anterior actividad laboral aunque sea en los mismos talleres.

He aquí el ‘trilema’ al que se enfrentan los trabajadores de La Naval. Un trilema expresa un escenario en el que sólo se puede optar a una de tres alternativas propuestas que son tan distintas y razonables como equivalente y angustiosas: aceptar la oferta de Navantia (empresa pública) manteniendo sus actuales condiciones laborales, pero a cientos de kilómetros de Sestao; aceptar una hipotética oferta de los nuevos inversores en condiciones muy inferiores; o pasar a engrosar las listas del paro.

Este es el ‘trilema’ que deben dilucidar los trabajadores, al margen, insisto, de responsabilidades empresariales del pasado. Convendría no hacer una oportunidad electoralista del drama humano. Las posibles ayudas públicas están perfectamente limitadas por la normativa europea. Antes que reivindicar parches para tapar provisionalmente las vías de agua que hacen zozobrar el ‘barco’ de La Naval, preparemos su futuro cerrando definitivamente esas vías. El futuro no se financia con limosnas públicas, sino con conocimiento y responsabilidad.