EL fútbol profesional ocupa tanto espacio en nuestra vida cotidiana que es difícil ignorarlo. Pero hay quien lo consigue. Sin ir más lejos, tras el mundial de Rusia me encontré con un colega francés al que pregunté por la final que su equipo nacional había ganado con autoridad frente a Croacia. Me dijo que no había visto el partido. Le pregunté si le había pillado viajando en avión, en cuyo caso le habría resultado imposible verlo. Me dijo que no, que había estado en casa, pero que tenía otras cosas que hacer. Un tipo un poco raro.

Pero este caso, lejos de ser generalizable, es la excepción que confirma la regla: es muy difícil escapar del fútbol.

No es fácil ignorarlo incluso a los que nunca se nos dio muy bien en ninguna de las once posiciones que ofrece el lance, ni disfrutamos particularmente como espectadores. Pero, a pesar de ello, como no podemos obviar al omnipresente deporte, acabamos teniendo opinión sobre el mismo; una opinión inexperta, eso sí, por no estar fundamentada en ningún tipo de análisis informado y riguroso. Pero ya se sabe que opinar es compatible con no tener ni idea del asunto en cuestión.

Lo cierto es que el balón empieza a formar parte de nuestras vidas desde casi al nacer.

De pequeños el juego preferido en el patio del colegio era la pelota,en el frontón. Pero el fútbol fue poco a poco ganando espacio. Posiblemente una de las razones fuera que el balompié permitía una fácil integración de más jugadores. Se puede echar partidos de fútbol de uno contra uno, de portero-jugador, de dos a dos, de tres a tres, y así hasta de once a once, como en el fútbol profesional. Pero nada impide que se juegue trece contra trece, por ejemplo. Además, se puede improvisar un campo de fútbol en el salón o en el pasillo de casa, en la playa, en la plaza del pueblo? Todo eso ha ayudado a la rápida propagación de esa epidemia deportiva, de origen inglés, y ahora ya universal.

Tras esos primeros recuerdos sobrevienen otros muchos.

Eibar por aquel entonces andaba escasa de infraestructuras deportivas y aunque teníamos el campo de fútbol de Ipurua para el primer equipo, los partidos de los alevines y juveniles del fin de semana se jugaban en la explanada de Txantxa Zelai. Era un espacio en cuesta que iba a favor del equipo que jugaba arriba y al que la gravedad ayudaba, en el que las lluvias de la semana solían dejar surcos y baches en el terreno cubierto de tierra y gravilla. Era pues una explanada poco plana y llana. La pelota caía con frecuencia a la carretera de Elgeta rodando cuesta abajo, pero todos hacíamos por recuperarla.

Para entonces Eibar había sido cuna de jugadores míticos, como José Eulogio Garate Ormaechea, hasta hoy vinculado al Atlético de Madrid.

Las cosas empezaron pronto a cambiar con la construcción del Anexo de Ipurua y una transformación urbanística paulatina de la villa que aún hoy mejora cada día. Hoy Txantxa Zelai es un espacio cuidado, para el esparcimiento ciudadano, libre de vehículos.

El fútbol pronto se transmutó en fenómeno de masas en la sociedad vasca. Los míticos partidos de la Real y el Athletic, las primeras ikurriñas en el campo, las ligas ganadas por ambos en los ochenta, una selección española plagada de vascos, etc. El Eibar, mientras, seguía su trayectoria de esfuerzo en la categoría Regional y Tercera División, hasta que consiguió alcanzar la Segunda B, incluso la Segunda y, por fin, increíblemente, la Primera, donde hoy es un equipo consolidado que estrena quinta temporada. Un milagro para una villa armera que había visto decaer su industria, pero que se acabó convirtiendo en modelo futbolístico.

La mayoría de los equipos de nuestro entorno siguen la fórmula más común en la liga profesional, combinando plantilla de cantera y los mejores fichajes exteriores accesibles con el presupuesto disponible. Todos menos uno, el Athletic que, como dice mi buen amigo Ramón, es un club, aunque, para un no entendido como yo, eso, en sí, no diga mucho.

Lo que sí me quedó claro en los años que viví no lejos de San Mamés es que el Athletic es un proyecto singular, que solo echa mano de jugadores vascos, con una definición bastante precisa de dicho concepto, refiriéndose a los vinculados a los territorios Euskal Herria por nacimiento, residencia o formación. Y, más allá de esta singular y atrevida apuesta, pues lo es, y más en estos tiempos en que el fútbol profesional es un negocio absolutamente global en todas las acepciones del término, lo más llamativo de la misma es el consenso que existe sobre la idoneidad de la misma.

Esa unanimidad me complace, y debería trasladarse a todos los demás ámbitos del país para evitar la irreversible descapitalización que supone perder a los mejores.

Como no podía ser de otro modo, la singularidad en la gestión deportiva del Athletic genera tensión, sobre todo cuando mueve ficha para contratar a alguno de los mejores jugadores autóctonos de los otros equipos locales. Las hemerotecas están llenas de anécdotas al respecto, prueba sobre todo de que el fútbol levanta pasiones, no siempre del todo racionales.

Siempre me ha sorprendido la excesiva rivalidad de los equipos vascos y sus aficiones, tal vez porque, en el fondo, me parece que somos un país demasiado pequeño para permitírnosla en fútbol y en cualquier otro ámbito, ya sea institucional, educativo o industrial. Pero es un hecho con el que hay que convivir y que tiene mal remedio.

El modelo del Athletic tiene por delante el reto de hacerse sostenible en el tiempo, que cada vez empuja más a los equipos profesionales a contar con los mejores sin mirar su procedencia. Pero el consenso existente en torno al mismo le da robustez y estabilidad.

No estaría de más que ese modelo fuese adoptado en otros sectores. Podría incluso constituir un refuerzo en el escurridizo objetivo de normalizar el uso del euskera. Hay de hecho muchos aficionados vascos que, con independencia del equipo del que se trate, se alegran cuando uno de los jugadores en las ruedas de prensa posteriores a los partidos se muestra capaz y deseoso de expresarse en esa lengua.

En el ámbito del bilingüismo perder la sutil, íntima e inexplicable preferencia por nuestra lengua entraña riesgos de consecuencias últimas difíciles de estimar pues, cuando todas las lenguas suenan igual, la que se impone es siempre la mayoritaria.

Los demás equipos tienen un reto semejante, aunque menos exigente, a la hora de cultivar una cantera que alimente razonable y continuadamente su once de gala.

El fútbol nos apasiona y también nos retrata. Conviene pues implementar en él las mejores prácticas y aprender de él para que, en todos los demás ámbitos de acción, ser capaces de desplegarlas sin complejos y con eficacia.

Lo más importante es participar, qué duda cabe. Pero nada de malo tiene intentar ganar y, si es posible, con los nuestros. Tal vez el color de la camiseta no sea lo más importante. Los valores y el contenido de los proyectos que envuelven deberían primar y nos deberían inspirar.

Pero, a pesar de toda la tinta que consume el fútbol profesional en todas sus facetas, tal vez lo más importante, como en los icebergs, esté en su cara menos visible, en esa gran masa piramidal de niños y jóvenes que dedican su tiempo libre a ese deporte, entre otros, desarrollando buenos hábitos y cultivando valores, entrenando el cerebro pues, como dijo Johan Cruyff: “Al fútbol se juega con el cerebro”,

El fútbol es también uno de los mejores espacios para el ensayo de las políticas de igualdad de género, ámbito este en el que, a pesar de los importantes avances de los últimos años, aún queda mucho por hacer.

Las canteras de piedra menguan a medida que se van extrayendo cantos. Las deportivas, sin embargo, paradójicamente, se hacen más abundantes a medida que se consumen.

Cultivemos y consumamos pues cantera en el fútbol y en todo lo demás.