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El entierro de la serpiente

El fin de ETA se medirá por la claridad de su desaparición definitiva (nada de “desmovilización”) y por su autocrítica

EL pasado 8 de abril se celebró en Baiona el primer aniversario del desarme de ETA con la inauguración de la polémica escultura del hacha de cuyo mango brota un árbol. Dentro de un par de semanas tendremos noticia del otro elemento del símbolo de ETA, la serpiente. Será, probablemente, el entierro del reptil, un funeral que se nos querrá hacer colar como festejo un día antes de que la desarmada y cautiva organización haga pública su propia muerte y nos dé a conocer sus últimas voluntades.

Será, desde luego, otro día feliz. Lo fue sobre todo aquel 20 de octubre de 2011 en el que ETA anunció el fin de su actividad armada. Lo fue, pero menos, el 8 de abril de 2017 en que se desarmó, sea lo que fuera aquello. Y lo será el 5 de mayo, fecha de su desaparición.

¿Será así de claro? ¿Dirá ETA con absoluta contundencia que se disuelve, que desaparece, que se va de nuestras vidas -en las que jamás debió entrar- para siempre? ¿O se aferrará a la utilización de una fórmula -como se ha barajado- que aluda a una “desmovilización” de sus militantes? Es una de las dudas de esta ceremonia, y no es menor. Es cierto que para la sociedad vasca ETA está amortizada desde hace mucho tiempo y que la ciudadanía sigue esta agonía entre el desdén y la indiferencia, aunque con un ojo abierto, por si acaso. Pero no cabe ni un gramo de ambigüedad. El certificado de defunción debe ser oficial, sin trampas, sin eufemismos. O existe ETA o no existe. Muerta y enterrada la serpiente.

Otra cosa será su relato, las mil y un mentiras, excusas y argumentaciones con las que intentará blanquear su historia y su propia existencia. No merecerá ni un minuto de tiempo.

El otro gran catón con el que habrá que medir la verdadera dimensión de este hito será la presencia o no, y a qué nivel, de la autocrítica y de la asunción del inmenso daño causado.

En ambos casos -la claridad de su desaparición y la autocrítica- hay pocas razones para el optimismo. En todo caso, el Estado podría tener en sus manos lo que lleva décadas exigiendo: el acta de defunción de ETA. Que actúe en consecuencia.