LA palabra revulsivo está impresa a fuego en el libro gordo del fútbol. Ha sido muy manida, es verdad, y sin embargo conserva toda su dimensión. Es además un vocablo que suena a potente y como que llena la boca al pronunciarlo. Dicho de una persona o de una cosa: Que provoca una reacción brusca, generalmente con efectos beneficiosos, sentencia la RAE. El revulsivo sirve sobre todo de excusa perfecta: como no puedo echar a los jugadores destituyo al técnico, porque algo hay que hacer para salir de la mala situación, Y así, el perspicaz directivo monta un apaño funcional para parapetarse tras el palco y darle carnaza al hincha atribulado.
Gran palabra revulsivo, pardiez. Ahora bien, ¿cuántas veces funciona? Hay que reconocer que son pocas, pero forma parte intrínseca del invento y no hay quien la mueva. El último club importante en invocar la palabra mágica ha sido la Real Sociedad, que liquidó al entrenador Eusebio Sacristán y al director deportivo Lorenzo Juarros de un mismo tajo.
Imanol Alguacil, el heredero circunstancial, debutó ayer al frente de los txuri-urdin, y aunque el partido contra el Eibar fue un auténtico petardo, al menos la Real no perdió en Ipurua, lo cual es un hito histórico, porque es la primera vez que ocurre, y eso puso muy contento a Imanol. “Me siento muy orgulloso del equipo”, proclamó el técnico, y luego destacó que lo mejor de su debut fue “la actitud de los jugadores en el campo”. O sea, el revulsivo, que comienza a generar una reacción brusca, aunque insuficiente, y sin apenas efectos beneficiosos.
Tiempos aquellos, cuando el Athletic ganó en Eibar el pasado 27 de agosto. “Para mí sí ha sido justo. Los goles son los que dictaminan el resultado”, ponderó entonces Ziganda apelando al sentido práctico del fútbol, justo lo que ahora se invoca y apenas aparece, hasta el punto de convertirse en un problema de primera magnitud y de difícil diagnóstico para un club con un mercado tan limitado. Hay aficionados que están dispuestos a hacer de tripas corazón y no verían nada mal el regreso de Fernando Llorente, eterno suplente en el Tottenham, eso sí, cobrando la mitad de la mitad del dineral que le ofrecieron para renovar y que desdeñó para marcharse rumboso a conocer mundo.
Frente al Celta hubo generosidad en el esfuerzo, pero faltó eficacia, la ley del fútbol. Aduriz, el gran referente goleador, estaba en el banquillo, todo un síntoma, y la sintonía de Iñaki Williams con el gol provoca melancolía. Y cuando parecía que la victoria estaba en el saco con el sorprendente (por inhabitual) tanto de Unai Núñez llegaba un empate que acaba de forma casi definitiva sobre cualquier eventualidad de una clasificación para la Europa League.
El empate, en definitiva, supo a derrota por producirse de aquella manera, en el tiempo añadido, cuando se mascaba el triunfo y seguía intacto el derecho para seguir agarrados a la esperanza. Como el Celta también pudo ganar, a modo de consuelo se puede concluir que el Athletic consiguió otra victoria moral, subterfugio dialéctico que surge del desencanto. La afición despidió al Athletic con pitos, pero sin estridencias. No por el partido en sí, de los más convincentes de los últimos tiempos, sino por todo el demérito anterior; todos esos puntos que se dejaron por el camino, y el mal juego como norma.
Es decir, fue una constatación del fracaso global en la temporada y que, paradójicamente, sirve para que de momento nadie pida la cabeza de Ziganda a modo de revulsivo.
El problema es precisamente ese: que el Athletic ya no tiene alicientes para engancharse a la competición en lo que resta de temporada, salvo el prurito profesional o el sentido del orgullo, cualidades que se van desvaneciendo ante la falta de objetivos.
Ahora bien, existe otra concepción del revulsivo. Con el Barça en plena zozobra, Valverde sacó a Messi y cundió el pánico en las filas del Sevilla. Con el Athletic en franca retirada (la inseguridad que le atenaza) y la hinchada clamando a Muniain, lamenté que Ziganda no le pusiera en acción. Me hubiera gustado ver el efecto contagio, en la grada, con el rival y entre sus propios compañeros.