EL cachondo de Asier, nuestro dibujante, ilustró la previa del partido ante el Valencia, el pasado miércoles, proponiendo una idea radical, según corresponde a estos tiempos de zozobra: “Kuko toma medidas para evitar ser pitado en San Mamés”, y ahí estaba el buen hombre, sometiéndose a una operación de cirugía estética contundente, de tal forma que después de “23 horas de operación” aparecía radiante, con media sonrisa y transmutado al rostro de Ernesto Valverde, su socio en los tiempos de futbolista y su valedor cuando le pasó los trastos de entrenar. Algo de esto hubo aquel día, pues el Athletic sacó un empate de esos que llaman balsámicos, de tal forma que el hincha salió de San Mamés sin ese rictus que se le está quedando con tanto disgusto.

Así que, a modo de terapia, conviene echarle filosofía al asunto y desde luego una pizca de humor.

Hace un año, cumplida la vigésimo séptima jornada liguera, el Athletic tenía 44 puntos, diez más que ahora, y estaba séptimo, la misma posición con la que terminó la temporada, lo cual le abrió de nuevo la puerta de Europa. Pero la temporada se fue apagando dejando una sensación amarga, con el equipo marchito y relajado ante el final de un fructífero ciclo: Valverde se marchaba al Barça y Ziganda tomaba el relevo.

Aunque no merezca la pena caer en la nostalgia, es evidente que los jugadores son casi los mismos, pero no funcionan igual. Apenas se ve la calidad futbolística que mostraron no hace tanto, y tampoco ese espíritu que modeló su ambición.

El caso fue que Ernesto Valverde aprovechó su excelente hoja de servicios en el Athletic (¿Será cierto que el equipo ha vivido todos estos años por encima de sus posibilidades?) para dar el gran salto. Al frente del Barcelona, el técnico extremeño de momento se puede pavonear de haber ganado por fin al Atlético del Cholo Simeone, algo que no había conseguido en sus catorce enfrentamientos anteriores, mayormente con el Athletic. Así que se ha sacado una espinita, una fruslería en comparación con lo que entraña esta victoria: nada menos que el título de Liga. Con ocho puntos de diferencia sobre los colchoneros (nueve con el golaveraje particular), mucho se le tienen que torcer las cosas a los azulgranas en las once jornadas que restan para concluir el campeonato. Más si tenemos en cuenta que en las 27 anteriores el Barça sólo ha cedido seis puntos.

Claro que así cualquiera. Valverde tiene en su equipo al mejor jugador del mundo y probablemente de todos los tiempos. Messi resolvió el encuentro con un gol antológico, uno más en su excelsa colección, y al calor de la efeméride surgió una elucubración de lo más bizantina entre los respectivos técnicos. “Si le quitamos la camiseta y le ponemos la del Atlético, igual habríamos ganado 1-0”, dijo Simeone, y el título, se podría añadir, a lo que Valverde cortesmente respondió: “No sé lo que hubiera pasado si estuviese en el Atleti, ni me lo quiero imaginar”.

Está Messi, el fenómeno que marca la diferencia, pero también la tropa que le secunda. Futbolistas de tronío y carísimos. La historia de siempre. Lo sufrió Txingurri en su etapa rojiblanca, salvo aquella vez, en la Supercopa del 2015 (¡cielos! ¿No hemos quedado que fuera nostalgias?), y lo está gozando ahora porque se lo ganó a pulso sacándole chispas al Athletic: cuatro años consecutivos en Europa, una regularidad que le convirtió en el elegido para dirigir al Barça y que probablemente la echaremos de menos.

Y esto es lo que ocurrió después: Urrutia apostó por un entrenador que concitó las mejores expectativas, pero que ha sido superado por las circunstancias. La última ocurrió en Sevilla (y el recuerdo canalla nos trae aquella memorable eliminatoria europea de 2016). Su decisión de hacer los tres cambios en el descanso es anormal (¿y si hay una lesión?) y denota desesperación e impotencia. Los esfuerzos de Ziganda por explicar lo que para él parece inexplicable causan desazón a todos, pues estamos ante una persona que siente el club y sufre con su deriva (una victoria en las últimas nueve jornadas). Pero, claro, es un entrenador de élite, bien pagado, y sabe de sobra de qué va el invento.