Una tribuna en honor a Íñigo Martínez
Aeste muchacho le deberían hacer un monumento a la vera de Anoeta, o en su defecto dedicar la nueva grada en su honor cuando el estadio se ponga guapo para los nuevos tiempos, sin esa zona baldía que ocupan las pistas de atletismo, pues en origen fue concebido para ser una especie de estadio olímpico de Euskadi a modo de peaje por el dinero público invertido. Cosas de la política y sus equilibrios malabares.
En 1960, cuando el Barcelona fichó a Garay por 5,5 millones de pesetas de la época, en vez de rasgarse las vestiduras el Athletic empleó el dispendio para construir en el viejo San Mamés la tribuna de la Misericordia, que desde entonces fue reconocida con el nombre del exquisito defensa bilbaino.
En consecuencia, desde aquí, y sin ánimo de enredar, sino todo lo contrario, propongo que la nueva grada que se está levantado en el fondo sur de Anoeta lleve el nombre de Iñigo Martínez en lógico reconocimiento al legado que deja en la tesorería de la Real Sociedad, no en vano esos 32 millones casi amortizan los 37 que debe abonar el club donostiarra para la remodelación del estadio. Por si fuera poca la gracia, su ausencia fue rápidamente cubierta con el internacional mexicano Héctor Moreno a cambio de 6 millones de euros, calderilla en comparación, y encima va y frente al Deportivo surge bravía la figura de Aritz Elustondo, reivindicando la plaza vacante con una gran actuación, gol incluido, en la catártica victoria. Cohetes de júbilo atronaron la fría noche donostiarra, verbigracia Íñigo Martínez, que si un buen día dijo que jamás de los jamases cambiaría de bando finalmente claudicó, pues la carne es débil, y más si a uno le ofrecen un plan de pensiones, para él y todos sus descendientes.
Así que, en vez de proponer la devolución de la camiseta de Martínez por si contagia la lepra, habría que cincelarla en oro y bautizar con su nombre la tribuna sur a modo de justo homenaje. Acuérdense: con Lorenzo Juarros también montaron la mundial pese al dineral recibido. Luego se partieron el pecho de la risa y ahí está el hombre, ejerciendo de director deportivo de la Real Sociedad.
Ha sido una semana de locura. El Manchester City, al amparo de Catar y su desmesura, pagó una barbaridad por Aymeric Laporte. Al Athletic, con caja y sin mercado, le entró el agobio, también las prisas, y fichó a Martínez por una fortuna obviando que tiene en sus filas a dos centrales jóvenes y ya consolidados, como son Unai Núñez y Yeray Álvarez, y se ha renovado a Xabier Etxeita. ¡Ah!, ¿que todos son diestros? También lo son los titulares del Real Madrid (Varane, Ramos o Nacho) y los de muchos otros equipos. De paso, con su abrupta diplomacia, la directiva del Athletic ha soliviantado al vecino, aunque me parece que eso tiene mucho que ver con el postureo que procura el falso agravio.
De súbito, José Ángel Ziganda se encontró con este panorama y, a posta o no, pero coincidiendo con el Día Internacional contra el cáncer, se lió la manta en la cabeza y le entró un demoledor ataque de entrenador, de esos que provocan la perplejidad entre los jugadores y dejan huella en la afición, que asistió pasmada al radical cambio del dibujo táctico. Como saben, el Girona es propiedad del Manchester City y también mama de la inconmensurable ubre catarí, aunque a goteo. ¿Acaso se confundió de equipo y creyó ver al City en vez del Girona (algo parecido ya le pasó al mismísimo Don Quijote)?
Con tanto frenesí, quizá confundido, Ziganda colocó una defensa de cinco para meter al nuevo fichaje en el saco, agasajar a Yeray con la súbita titularidad en jornada tan señalada y ya, metidos en vereda, hacer debutar a Andoni López en la banda izquierda. Porque, claro, está descartado que el técnico navarro tuviera tanto respeto hacia su modesto rival como para experimentar de aquella manera. Una improvisación pura, dura y fatal.
Para más inri, el chaval, Andoni López, pagó su bisoñez cometiendo el absurdo penalti que abrió la puerta al desastre. Apenas hubo después respuesta. Y eso es lo más terrible de esta rocambolesca historia.