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La peligrosa ruleta rusa

La peligrosa ruleta rusa

AL menos la noticia del belén solidario de Txomin Bustinza protege la cabeza de esta columna, rodeada por las cuatro esquinas de estafadores, traficantes, hombres de navaja pendenciera, puestos de trabajo en el alambre y la bala de plata con la que se abre la sección: el caso Urren, una tremebunda novela negra con un muerto -el peor de los desenlaces- y dos menores de edad que se sintieron Willy El Niño en el puente del Arenal. Vista esta cargada atmósfera da un nosequé de recelo salir a la calle en según qué horas y por según qué lugares. Como si uno se sentase a la mesa de aquel peligroso juego de la ruleta rusa, término que se acuño por primera vez en un cuento corto de Georges Surdez y del que se sospecha que fue antes literario que real.

A lo que iba: ¡manos arriba, estamos rodeados! Esa es la sensación que queda al leer el periódico del día. No este periódico sino la inmensa mayoría de los periódicos; no este día sino la inmensa mayoría de los días. Para cualquier lector ocasional y para muchos de los asiduos la sensación es desasosegante. ¿Dónde vivimos?, ¿qué sociedad nos ha tocado en suerte? En no pocas charlas de taberna o de peluquería se nos acusa a los periodistas de carroñeros, de seres que viven en busca de la miseria, la inmundicia y la desgracia, más cómodos en el lumpen que en palacio, más sueltos en el campo de batalla que una florida pradera. No vengo aquí a defender el oficio, que como la abogacía, la fontanería, el andamio o la aristocracia (pongan la profesión que deseen, no tengo querencias...) cuenta con hombres y mujeres íntegros y con auténticos canallas. Donde deseo poner el dedo es en la otra acera, en el consumidor de información que también busca, no hay más que ver los índices de audiencia, las preguntas y comentarios en los espacios habilitados para la interacción, en las llamadas a la radio. En fin, querido lector, si es que aún sigue ahí, quería decirle que si yo soy buitre usted es hiena. No creo que ninguno de los dos seamos algo semejante y sí curiosos con un ápice de morbosidad.

Un periódico, cualquier periódico, también contiene informaciones amables y reportajes en profundidad; la cartelera de la televisión, la información meteorológica y los anuncios de putas y varios, ya en decadencia. Tiene pasatiempos y los goles de tu equipo. Y, sin embargo, se palpa en el ambiente que cuando llega una desgracia a primera página se despierta un apetito extraño, una voracidad por conocer las truculencias. Es un gen que nos puede.