Angelitos negros
LOS versos del poeta venezolano Andrés Eloy Blanco, inmortales en la voz de Antonio Machín, comenzaban del siguiente modo: “Pintor nacido en mi tierra/ con el pincel extranjero/pintor que sigues el rumbo/de tantos pintores viejos./Aunque la virgen sea blanca/pintame angelitos negros/que también se van al cielo/todos los negritos buenos”. La trova pasó a la historia con el sobrenombre de Angelitos Negros, título que, dándole un giro, sirve como metáfora que resume de lo que vengo a contarles.
Angelitos, criaturillas. Muchas de las voces de la calle aún llaman así a los menores, a quienes en teoría aún gastan la edad de la inocencia. Ocurre, por no sé qué extraña teoría de la evolución (de la involución, podría decirse en estos casos...), que un puñado de esos pequeños seres habitan ya en una tierra de sombras y tinieblas donde impera su triste y violenta ley. Menores que fueron expulsados del paraíso y crearon un mundo paralelo donde la droga es su alimento, los robos su modus vivendi, la violencia su actitud. Muchos de ellos hablan, cuando quieren o pueden, de supervivencia. Pero solo de la suya. “Mi padre me pegaba”, “aquel tío se metía en mi cama”, “me abandonaron en la puta calle” y expresiones así o peores. Se sienten víctimas de una sociedad que los dejó atrás como heridos en las batallas por hacerse un hueco en la vida.
Se han convertido, insisto, en auténticos demonios, en angelitos negros, dicho sea en la peor de sus acepciones. Llega ahora la asociación Clara Campoamor para recordarnos que nanay de la China, que ya no son criaturillas sino auténticos hijos de puta con pintas que violan en manada, por ejemplo, con la certeza de que tienen carta blanca, que al cumplir los 18 se soltarán el yugo y volverán a las andadas. La vida, que nos debe una segunda oportunidad por definición, también se equivoca a veces.