AYER se cumplieron catorce años de la firma del llamado pacto del Tinell suscrito por Pasqual Maragall (PSC), Josep Lluís Carod-Rovira (ERC) y Joan Saura (Iniciativa per Catalunya, hoy en los comunes) que derivó en un Gobierno tripartito en Catalunya que acabó con más de dos décadas de poder de Convergencia y Unió (CiU) y del pujolismo. Precisamente el próximo 20 de diciembre, víspera de las elecciones catalanas, es el aniversario de la toma de posesión de Pasqual Maragall como primer president socialista. En el primer punto, el pacto ya establecía el compromiso de elaborar y aprobar un nuevo Estatut de autonomía.
Hoy, ese escenario de un acuerdo trasversal -en lo nacional, porque era un gobierno declaradamente de izquierdas- es simplemente impensable. Todo eso es ya, literalmente, historia. A seis días de las elecciones más exóticas -probablemente, en su doble acepción- de la historia, los partidos catalanes están no solo divididos en bloques que parecen irreconciliables a medio plazo sino que incluso dentro de los propios frentes las diferencias sobresalen respecto a lo que se comparte. Y, sin embargo, sigue habiendo -como lo hubo en el pasado- materia compartible.
Pero lo inusual de estas elecciones, además de que tienen lugar en un clima social y político súperexacerbado, es que están convocadas por aplicación del artículo 155 y por lo tanto son ya de por sí excepcionales, lo que enrarece y contamina la campaña y, a buen seguro, el día después.
Una campaña con candidatos y líderes encarcelados o en el exilio y por tanto con sus derechos constreñidos, con prohibiciones y condicionantes cuestionables -el color amarillo...-, con acciones judiciales diarias, con operaciones policiales -ayer, en Unipost-, con filtraciones constantes y en aumento y, en el colmo, hasta con un ciudadano muerto en la Ciutat Morta con una bandera de por medio.
Pero es que, por si fuera poco, el Gobierno español, visto que las encuestas prevén que el PP catalán va a quedar reducido a una irrelevancia aún mayor en beneficio de Ciutadans, trata también de avivar la llama. El nerviosismo se palpa. El ministro Zoido, sin venir a cuento -o sí...- esgrime el 155 al hablar de competencias pendientes a Euskadi y ahora, como ese 155 ya parece poco, la ministra Cospedal -que llevó la celebración de la Inmaculada a Barcelona- amenaza con “orgullo” con el artículo 8 de la misma Constitución, que faculta a la intervención del Ejército. Pueden hasta fichar para ello a los fachas indocumentados subidos al tanque que insultaban y amenazaban a Puigdemont y a Pablo Iglesias.
Ambos bloques se la juegan el 21-D. De ahí la desorientación que destilan. Un día diálogo, otro unilateralidad. Un día prudencia, y al siguiente, el sable. Ya no se trata de ganar, sino de que pierdan los otros. Por lo civil o por lo militar.