Desidia parlamentaria
cADA cual tiene sus rarezas. Lo mismo que hay quien se levanta al alba para corren (practicar running, perdón) bajo la lluvia con un frío que pela o quien ve cada capítulo de Juego de tronos una docena de veces, a mÍ me da por seguir los debates de Política General en el Parlamento Vasco. Por trabajo, es verdad, puesto que me tocará desmenuzar lo que se ha dicho, pero también -y cada vez, más- por vicio. Por alguna razón que deberá analizar el psicoanalista al que ni voy ni iré, disfruto una hueva escudriñando las evoluciones de nuestras y nuestros representantes públicos en los escaños, el atril o, incluso, los pasillos y la tribuna de invitados, que a veces es donde están los que de verdad mueven el cotarro.
De la sesión del pasado jueves, anoto la endeblez en forma y fondo de alguno de los portavoces, el resabio casi abusón de otros y lo artificioso de quien habla con la esperanza de ser escuchado en Madrid. Curioso (o ya no) que desde según la bancada que se ocupe, se puedan arrojar a la misma persona calificativos radicalmente contrapuestos. Y luego estuvieron, cada uno para una tesina sobre la condición humana, los besos, las carantoñas, los apretones de manos cálidos o de hielo, las miradas severas, cómplices o indiferentes, los gestos de aburrimiento, alguna siesta subrepticia o el rato del recreo reivindicativo o así.
Claro que si he de elegir el resumen y corolario de la sesión -y no soy el primero que lo escribe-, me quedo con la mezcla de desidia y falta de cintura que revela responder a una propuesta nueva con las palabras de réplica que se traían escritas de casa para otro discurso.