LA afición entró en materia en los prolegómenos del partido, cuando por los altavoces del Santiago Bernabéu sonó con estridencia Paquito el Chocolatero. El pasodoble de marras, concebido para una fiesta de Moros y Cristianos allá por Alicante, lo mismo vale para agasajar al matador en una corrida de toros, vacilar en las fiestas del pueblo, poner pimienta a la juerga sandunguera o realzar en el estadio madrileño la esencia del acontecimiento. A saber: la selección española se jugaba frente a la italiana, ahí es nada, la clasificación directa para el Mundial de Rusia 2018.

“Fiesta Nacional en el Bernabéu: Paquito el Chocolatero y ¡olés! en el baile a Italia”, tituló Marca. Que nadie me entienda mal: la gente va al fútbol para divertirse, y si estamos en verano, hace calor, suena un pasodoble, tan español, y el equipo vence a los recios azzurri pues ¡olé! y que viva Isco Alarcón, que nació en Arroyo de la Miel.

Estaba encendido el personal con la copla y sus consecuencias y en esas salió Gerard Piqué y sus circunstancias. Y las circunstancias del central azulgrana son muy procelosas. Para empezar, se jugaba en el Bernabéu, el templo del madridismo, que se la tiene jurada desde aquella ocurrencia, cuando hace un par de años, en pleno festejo del Barça, se mofó de Cristiano Ronaldo, (“contigo empezó todo...”) a propósito de aquel chirriante cumpleaños que se cascó el portugués tras un convulso 4-0 en el Vicente Calderón y amenizado por el cantante de reguetón Kevin Roldán, que luego lo largó todo el muy canalla. O la penúltima de sus perlas, soltada el pasado mes de marzo tras un partido ante Francia: “en el palco del Bernabéu se mueven los hilos del país”. Un contubernio.

Por si fuera poco, su condición de catalán y catalanista, en pleno procés independentista, no hizo otra cosa que alimentar la demagogia barata y soliviantar a las mentes obtusas. Por más empeño que pusieron de vísperas su colega Sergio Ramos o el énfasis de Carvajal (“si pitan a Piqué nos pitan a todos”), los medios de comunicación se empeñaron en dar tanto pábulo a un asunto tan baladí que desencadenaron la reacción inversa: Paquito el Chocolatero, con lo que pone, y Piqué en el Bernabéu... ¡a por él!

Es curiosa la visión de la jugada. En As se escribía: “Noche perfecta: campo lleno, victoria rotunda, apoyo a Piqué, clamor a Iniesta y regreso de Villa”. En los diarios deportivos catalanes, al contrario, se destacaban los silbidos, que es lo que realmente se pudo escuchar con nitidez a través de la televisión desde que el defensa barcelonista tocó el primer balón, difuminando los gritos a favor, que también los hubo, y reiterando un acontecimiento realmente asombroso: era un partido clave, pero la hinchada la tomó con uno de los suyos; con inquina bastantes, y en plan jarana, a lo Paquito el Chocolatero, los más.

Nada nuevo bajo el sol en una sociedad con fama de cainita y que también ha juzgado y condenado a Ángel María Villar, el gran ausente en ese palco donde se “mueven los hilos”. Y allá, en esa silla vacante y preferencial, aposentó sus reales Juan Luis Larrea, presidente en funciones de la RFEF, amigo fiel de Villar, su tesorero durante 28 años (¿cómo es posible que un tesorero no se entere de los tejemanejes de la casa?). El mismo que puso la “mano en el fuego” (con guante ignífugo, se entiende) por la inocencia del exjugador del Athletic; el mismo que el pasado martes pidió la dimisión del aún presidente federativo junto al resto de sus colegas en un clamoroso ejemplo de deslealtad y fariseísmo. Aquellos que ayer agasajaban (y votaban) a Villar hoy se apartan de él como si fuera un apestado.

Es curioso el comportamiento del amigo fiel, a la sazón presidente de la Guipuzcoana, incapaz de argumentar un razonamiento convincente, salvo la sonrojante excusa: “por el bien del fútbol”. Lo más cachondo de Larrea es que alardea de no tener apego al cargo, aunque lleva más de 30 años como dirigente, y además añade sin rubor alguno que si se lo pide la gente del fútbol, pues encantado de la vida.

El próximo miércoles la junta directiva de la RFEF se reunirá para pedir formalmente la dimisión de Villar, del que nada se sabe desde que el pasado 2 de agosto dejó la cárcel de Soto del Real tras pagar una fianza de 300.000 euros. Con fama de terco, si Villar es coherente con lo que ha proclamado no dará su brazo a torcer, metiendo sin duda a sus volátiles colegas en un brete. Lopetegui, al menos, ha sido coherente: se acordó de él tras la victoria. “Él me fichó y quiero darle un recuerdo porque imagino que lo estará pasando mal”, dijo.