SALVANDO las distancias y con todo el respeto del mundo hacia la presunción de inocencia, la caída en desgracia de Ángel María Villar me ha recordado a la historia de Al Capone. Todo el mundo conocía sus tropelías, pero terminó en la cárcel por un delito de evasión de impuestos. Sobre Villar había demasiadas sospechas, pero le cazaron a causa de un descuido. Por amor filial. Gorka, el hijo, se pasó dos pueblos y por ahí terminaron de trincar al presidente, un artista, al parecer, en la compra de voluntades y salirse por la tangente, lo cual le ha permitido dirigir la Federación Española de Fútbol durante 29 años, amén de alcanzar la vicepresidencia de la UEFA y de la FIFA y escapar como alma cándida del descomunal escándalo por corrupción que acabó con sus más significados dirigentes. Cosas así habían dado sólidos argumentos a los apologetas de su honradez a la vez que llegó a exasperar a sus enemigos, que no veían la forma de acabar con su gobierno sobre el fútbol. El juez Pedraz ordenó la prisión incondicional y sin fianza de Villar y de Gorka por presuntos delitos de administración desleal, apropiación indebida, corrupción entre particulares, falsedad documental y posible alzamiento de bienes ante la posibilidad de fugarse dado que dispone de una fortuna por lucro ilegal.

Desde que el pasado martes se conoció el tinglado, la Audiencia Nacional va sacando al mercado de la soepecha verdaderas perlas sobre el modus operandi de Villar para mantener prietas las filas de sus votantes y se espera que esta semana se conozca la lista de unos cuarenta implicados en el escándalo federativo, lo cual dará la posibilidad de descubrir la dimensión de esta supuesta red de corrupción.

Entre los apologistas de la honradez de Villar se encuentran los respectivos presidentes de las territoriales vascas, que encajaron con asombro la detención del jefe. “Pongo la mano en el fuego por Villar”, declaró José Ignacio Gómez Mardones, presidente de la Vizcaina. “Sigo poniendo la mano en el fuego por Villar”, reiteró Juan Luis Larrea, presidente de la Guipuzcoana desconociendo que su colega había dicho casi lo mismo. “Mi opinión sobre Villar es la de una persona noble y limpia”, abundó Luis Mari Elustondo, presidente de la Vasca.

Vamos a ver... Conociendo al personaje como lo conocieron y la casa en la que mandaba, ¿de verdad que no se enteraron del trajín? ¿Acaso vivían en los mundos de Yupi? ¿O toca hacer el Don Tancredo a la espera de acontecimientos? Sobre todo Larrea, íntimo de Villar y Tesorero de la Federación Española durante 28 años., ¿no sabía nada?

Otro de los apologistas del todavía presidente de la RFEF es Javier Clemente, que sale en los papeles de los investigadores como conocedor de los asuntillos y compincheo federativo. En un momento dice: “ya le han metido al de Murcia también? le han metido al de Bilbao, al caradura del de Bilbao...”

¿Y quién es el caradura de Bilbao...?

¿Acaso es...?

Al amparo y muy seguro de sus fidelidades entre la familia del fútbol, Villar ha querido vivir en la sombra, huyendo de los periodistas como alma que lleva el diablo. Mal asunto para un cargo tan expuesto y la soberbia con la que la canalla encaja estos desafíos. Por esta razón, aunque hay alguna más, el exjugador del Athletic encuentra ahora mucha saña. Villar ha sido condenado sin juicio, y quienes se la tenían guardada celebran la caída del arrogante dirigente bilbaino, especialmente su paisano Miguel Cardenal, quien desde su cargo en el CSD planificó con paciencia y sigilo la caza y captura del corrupto dirigente, según las pruebas que se van conociendo de la investigación.

Se jalea la suerte de Villar porque mucha gente sufre para llegar a fin de mes. Tonifica la miserable muerte de Miguel Blesa porque ha sido incapaz de soportar las consecuencias de sus actos, el rechazo social y la prisión tras una vida de lujo y desenfreno. El próximo lunes le toca a Cristiano Ronaldo, que hará un lacerante paseíllo camino del Juzgado de Instrucción número 1 de Pozuelo de Alarcón. Está acusado de defraudar 14,7 millones al fisco. De tenerlo todo y querer aún más.