la ofensiva occidental contra el Estado Islámico (EI) va prosperando a medida que pasa el tiempo y, especialmente en el Irak, los aliados van ganando terreno, sin que por ello el peligro terrorista del fundamentalismo musulmán disminuya un ápice en el mundo.
Lo que sucede es un mero cambio de escenarios. El líder islamista El Bagdadí abandona los frentes en las que lleva las de perder para reaparecer en los territorios política y militarmente más débiles. En vista de su creciente inferioridad militar en el Irak y Siria, el EI está desplegando ahora una actividad cada vez mayor en Libia.
Hay que señalar que la ayuda militar rusa a Asad ha perjudicado a todos los enemigos del Gobierno de Damasco, siendo las fuerzas de El Bagdadí quizá las menos damnificadas. No obstante, el declive militar del EI es innegable y en los últimos 6 meses ha perdido cerca del 25% del territorio que había ocupado en el Irak. La consecuencia del encogimiento es estratégico y económico. Las operaciones militares son más difíciles, la moral de sus mercenarios mengua en la misma proporción que disminuyen las soldadas y los ingresos del propio califato: venta clandestina del petróleo de los yacimiento conquistados, chantajes, pillajes e impuestos a las poblaciones dominadas. Las compras de armas, municiones y la intendencia toda del aparato militar del EI se están acercando más y más a sus inicios, cuando no era más que uno de los mucho grupos guerrilleros de Siria.
En estas condiciones, Libia se ofrece como un escenario alternativo ideal para El Bagdadí y sus banderías. Hoy en día en esa nación africana la estructura política es nimia y, consecuentemente, el poder real es muy limitado militar y territorialmente. La tradicional pugna entre las tribus orientales y occidentales del país ha establecido en Libia un mosaico de reinos de taifas en los que una partida de 50 guerrilleros constituye ya una fuerza militar local a tener en cuenta.
Esto presupone un escenario óptimo para que los mercenarios que aún le sirven a El Bagdadí adquieran allá un protagonismo militar destacado. Pero aún más ventajoso para el autoproclamado califa es el avispero político libio. Las ambiciones personales, los odios tribales, las “lealtades al mejor postor” y una mentalidad que desde hace siglos se rige por la venganza y la rapiña le permiten al EI desarrollar una política de divide y vencerás. Y en Libia esa política tiene amplios horizontes porque hoy por hoy no hay ningún Estado o etnia vecinos que puedan aportar a una eventual campaña contra El Bagdadí la infantería imprescindible para ganar una guerra y controlar los territorios conquistados.