MARIANO Rajoy se ha salido del foco hasta el extremo ruin de perder las formas. Lo ha hecho posiblemente sin proponérselo, diezmado por la onda expansiva del fango creciente de la imparable corrupción interna de su partido, desquiciado en medio de su patética soledad parlamentaria y alejado definitivamente de toda opción de gobierno. Aturdido en busca de sí mismo es capaz de priorizar el botón de su chaqueta a un mínimo saludo de cortesía con Pedro Sánchez, su enemigo sí pero también su interlocutor en medio de más de cien cámaras y ávidas redes sociales de aguijón afilado dispuestas a afearle con razón su indecoroso desdén.

Podría decirse sin grave riesgo de equivocación que Rajoy se encuentra sitiado. La agenda de recaudación de Francisco Granados desde la cárcel -cuidado Esperanza cuando pasen las páginas-, la soledad de Rita Barberá desde el visillo de su casa y la desesperada confesión de culpabilidad del atribulado Jaume Matas acorralan al presidente del PP por acción o por omisión. Ante semejante presión mediática y judicial y penando la arrogancia derivada de su mayoría absoluta es imposible serenar el ánimo para adecuar una estrategia reactiva. Así es fácil de entender que pierdas las buenas costumbres, quedes retratado como un perdedor enojado e irradies de pesimismo el ánimo de tus afiliados mientras llega la hora de abandonar por deméritos propios La Moncloa.

Resulta una bofetada a la ciudadanía sensata y a la praxis política más elemental que los líderes de los dos principales partidos españoles dediquen apenas media hora -han tardado mucho más sus sumisos asesores en pelearse por las formas de tan engañoso encuentro- a debatir sobre el futuro de un país que busca entre cábalas y whatsapps un gobierno casi dos meses después de pasar por las urnas. Ni siquiera lo disimulan. En realidad, es posible que no les duela España. Lo suyo quizá es sólo una cuestión de supervivencia.

La reunión de ayer nunca debió producirse. Son ese tipo de desdichados gestos para la galería mediática que acaban en un fiasco sonrojante porque su vacuidad desvirtúa la razón de ser de ese auténtico diálogo entre diferentes comprometidos de verdad en la búsqueda de una aproximación al consenso. Todo un espejismo, la fácil crónica de un apaño escrita antes de empezar el partido: PP y PSOE descartan cualquier pacto de gobierno. ¿Acaso alguien juicioso esperaba otro desenlace en medio de tanto escarceo, displicencia y rabietas contenidas?

Rajoy y Sánchez ya sabían mucho antes de reunirse en el Congreso que ahora mismo son dos vías paralelas, azuzadas por el desafecto más visceral, que jamás van a encontrarse siquiera hasta que acabe este vodevil de investir un presidente. Nada más ridículo que ante un escenario huérfano todavía de un nuevo presidente siquiera para sortear la investidura, quienes se han repartido hasta ahora el poder del Estado se dediquen sobremanera en su tenso y deslucido mano a mano a decidir cuál tiene que ser la respuesta al jaque de David Cameron a Europa.

¿Y ahora qué? Igual que el 21-D. O peor. Pasan los días y la nebulosa sigue planeando hasta el hastío sobre el dilema entre un gobierno de Pedro Sánchez -lo más probable- y la repetición de elecciones. Mientras, el campo se sigue embarrando de corruptelas en medio del temblor de unos bancos que amenazan ruina.