Las cuentas claras
LA eficacia de una política de comunicación socio-económica requiere una sólida coherencia entre el mensaje que se quiere transmitir y los medios que se deben utilizar para ello. No importa tanto las estadísticas o cifras que se ponen como argumento porque son fácilmente manipulables sin caer en el error o la mentira. Lo realmente importante para quienes utilizan los datos en origen es la gestión mediática de los mismos. Es decir, lo primordial es el mensaje político que se desea dar, los argumentos interpretativos y el momento en que se hacen públicos. No se puede decir, insisto, que estemos ante una mentira, pero es un mensaje trucado.
La argucia consiste en poner en valor sólo los aspectos que favorecen al mensajero. Un buen ejemplo de ello lo estamos viendo continuamente en el énfasis que ponen los políticos con responsabilidad gubernamental ante señales positivas como pueden ser los datos macroeconómicos (PIB, prima de riesgo, etc.) o el descenso del paro. En ambos casos, la capa del prestidigitador impide ver, o trata de hacerlo, otros síntomas que debieran acompañar a los primeros como son la recuperación del poder adquisitivo o la creación de empleo.
Es cierto que la economía española está creciendo, pero es un crecimiento asimétrico. El truco reside en ocultar, por un lado, los factores externos que han ayudado (precio del petróleo, tipos de interés, política monetaria del BCE) y, por otro, en restar importancia al hecho de que sólo afecta a las grandes empresas (como lo veremos en las próximas semanas cuando se conozcan los balances anuales) porque la recuperación no ha llegado a los miles de hogares empobrecidos por la crisis.
También es real la bajada en la tasa de desempleo. Hay, en efecto, menos parados, pero se encubre el descenso de la población activa (personas con trabajo o que lo buscan en el mercado laboral), al tiempo que nadie parece interesado en decir que el desafío de recuperar el nivel de empleo existente antes de la crisis se antoja un objetivo difícil de alcanzar en el corto plazo. La excepción la pone el lehendakari Urkullu que, en su mensaje de fin de año, señalaba: “Sabemos que necesitaremos todos los años de esta década para restablecernos de forma plena. Nada será como antes. Cierto. Pero hoy tenemos más confianza para afrontar los cambios que serán inevitables y construir un futuro mejor”.
MEDIAS verdades. Para eso, para construir un futuro mejor, es necesario dejar a un lado las medias verdades como la que asegura que las pensiones han ganado poder adquisitivo porque suben un 0,25% cuando el IPC se ha quedado como estaba en 2014. Las cuentas parecen claras. Ahora bien, los hogares con menos recursos son aquellos que gastan más en alimentación, que es, precisamente, la rúbrica que más sube en el IPC (1,7% hasta noviembre), mientras que el vestido y calzado ha subido 0,6%. Todo ello afecta de manera clara y negativa a los pensionistas, donde prácticamente el 100% de sus rentas se destina a alimentación, vestido y mantenimiento del hogar (agua, gas y electricidad).
Parece evidente que, en los aspectos básicos, los pensionistas no han ganado poder adquisitivo como quieren hacernos creer los responsables políticos, sino todo lo contrario. Cobran un 0,25% más pero la alimentación sube un 1,6%. Una diferencia negativa del 1,35% que alcanza el 3,4% si observamos la evolución del IPC y las pensiones desde 2011. Según los datos del INE, la alimentación ha subido un 6,9% (algunos productos, como las frutas frescas lo han hecho en un 17,9%), mientras que las pensiones inferiores a 1.000 euros mensuales han crecido un 3,54% y las superiores 2,52%.
Pero todo esto no se cuenta en los comunicados oficiales. No interesa. No vaya a ser que la crudeza de la economía real apoyada en las cuentas claras pueda romper la magia triunfalista del mensaje trucado por medias verdades.