Una nube de misterio
AL adinerado escocés Thomas Neill Cream se le conoció por el sobrenombre del envenenador de Lambert y cuentan las crónicas londinenses de la época que, luego de ser condenado a la pena máxima, en el momento de su ejecución exclamó: “Yo soy Jack el...”, sin lograr concluir la frase porque la soga se apretó alrededor de su cuello quitándole la vida. ¿Quiso autoconfesar que era Jack, el destripador...? Quién lo sabe. Lo cierto es que sobre el veneno y sus malos usos flota una nube de misterios. Es curioso: la voz de la calle siempre ha dicho que el veneno, como el perfume, se sirve en frasco pequeño.
Algo olía mal, en todo caso, en la crónica negra que relata el caso de los envenenamientos de Lekeitio. No tienen, en apariencia, tanto enigma. Los dos hermanos bebieron un zumo de naranja edulcorado por la cicuta que, según estima la justicia, vertió el progenitor. La ciencia médica describe los efectos de la conium maculatum como una novela de terror. La ingesta de cicuta trae consigo salivación, nauseas, vómitos, irritación faríngea, dolores intestinales. El intoxicado tiene sed, traga y habla con dificultad y tiene dilatadas las pupilas. Los miembros inferiores se debilitan, a ello hay que añadir el fracaso renal y comienza una parálisis muscular progresiva afectando en el último lugar a los músculos respiratorios y muere asfixiado. El padre, quizás, conocía que, en pequeñas dosis, tiene un efecto narcótico similar al de la belladona. No supo cómo administrarlo ni supo dónde meterse después.