LA tragedia de las migraciones a través del Mediterráneo, con sus centenares de muertos, oculta la existencia de otros desplazamientos masivos -por vía terrestre- hacia la Europa comunitaria, la Europa rica. Son, como en el primer caso, desplazados por las guerras de Irak y Siria y los fugitivos del hambre de África y Asia, pero también los desesperados de la Europa Oriental misma, empezando por los habitantes de la antigua Yugoslavia: albaneses, kosovares, bosnios y macedonios. Anteriormente la entrada en Europa se hacía por Grecia, Bulgaria y Rumanía.
Aquí, en occidente, la opinión pública toma noticia de esta otra inmigración solo cuando hay conflictos de convivencia -Francia, Italia, España son los más notorios-, con las comunidades gitanas que han huido de sus patrias de la Europa del Este, porque allá se les discrimina hasta privarles prácticamente de todo porvenir.
A diferencia de los desplazados por las guerras, esa emigración euro-oriental plantea en los países meta un problema jurídico. Y es que al proceder de naciones calificadas como seguras -aunque la miseria sea tan segura como la integridad física-, estos desplazados no tienen derecho a que se les reconozca como asilados. En la práctica su estancia en Alemania hasta que se resuelve la solicitud de asilo -para citar un ejemplo- no suele sobrepasar los tres o cuatro meses. Pero numéricamente, estos emigrantes representan un problema tan grande como el de los auténticos fugitivos de las guerras. Alemania, una de las metas predilectas la emigración hacia Europa, acogió provisionalmente en el primer semestre de este año 82,000 personas, de las cuales 34.400 procedían de Siria y 31.400, de Kosovo. El valor real de esas cifras se evidencia al recordar que Siria tiene un censo de 18.000.000 de habitantes en tanto que la nación balcánica cuenta con escasamente 1.800.000. Las cifras se vuelven escalofriantes si se habla del país más pobre del Viejo Continente, Moldavia. De allá ha emigrado prácticamente la cuarta parte de los habitantes, en su mayoría hacia Rusia.
La ironía amarga de ese flujo de fugitivos hacia la Europa rica es que los Estados orientales se enfrentan no sólo con el problema de la pérdida de un porcentaje importante de sus moradores, sino también con que el tránsito de los fugitivos oriundos de Asia y África les plantea una serie de problemas que ya no pueden dominar, desde los policiales y sanitarios hasta los logísticos. Y mientras unos lo intentan resolver a la brava -como Hungría que se cierra a cal y canto y levanta un muro en su frontera con Serbia-, otros optan por tender puentes de plata a la marcha hacia el oeste. Así, en Macedonia los inmigrantes afroasiáticos que quieran seguir su camino hacia occidente sin pararse en el país, pueden viajar gratis en los trenes y autobuses nacionales siempre que los desplazamientos se hagan durante las primeras 72 horas desde su entrada en Macedonia.