sI Podemos y otras plataformas afines han alcanzado en tiempo récord elevadas cotas de poder por influencia de la televisión, por el mismo medio y con igual celeridad se intenta pulverizarlas para que no lleguen más lejos en su pretensión de mudar el sistema. La campaña de búsqueda de viejos tuits atolondrados y antiguas travesuras de los líderes alternativos forma parte de esta operación de agitprop. Torpe y miserable empresa, vive Dios; porque, ¿quién no hallará en su propia biografía un borrón o diez, ocultos rubores y la huella de algún roto? ¿Acaso lo razonable no es permitirles cumplir sus promesas y juzgar después sus acciones? La tele, campo de batalla electoral, sufre un estado de shock y es notable en sus debates -de TVE a 13TV- la ira de los voceros de la derecha por los sillones perdidos. Si antes fracasó la estrategia del miedo, naufragará ahora la consigna del descrédito ad hominem por artificial y perversa. No espabilaréis nunca, diría un querido amigo con palabras más gruesas.
Hasta La Sexta, donde se fraguó la rebelión de los indignados, se ha contaminado de la hostilidad hacia los novatos. La entrevista de Ana Pastor a la nueva alcaldesa de Madrid, la venerable Manuela Carmena, fue un ejemplo de la histeria reaccionaria, dictada por los temores del bipartidismo ante la proximidad de unas elecciones cruciales. La conductora de El Objetivo maltrató a su invitada con preguntas insolentes e interrupciones sin fin y solicitándole datos que, horas después de su toma de posesión, era imposible que conociera. Fue un monólogo asfixiante, porque Pastor no distingue entre interviú e interrogatorio, ni percibe la diferencia entre el rol de presentadora y el de actriz por su abrumador afán de protagonismo.
Cambie de oficio y de disfraz, señora, pues su impostada aspereza e histrionismo forzado le capacitan más para el drama que para el diálogo y la realidad. Ubíquese en la ficción entonces y sea la Julieta de Romeo. ¡Ah, la mezquindad, esa corrosiva expresión de maldad de tanta gente engañosamente buena!