eRNESTO Sáenz de Buruaga es el caballo de Troya que el poder mediático privado ha instalado en la televisión pública para destruirla desde dentro. Enviado para ese demoledor objetivo y con el beneplácito del Gobierno español, ha regresado a TVE con un debate que ofende el pluralismo democrático y mina la vocación imparcial de los medios institucionales. Así de claro, título del bodrio estrenado el pasado lunes, no añade ninguna novedad a las comunes tertulias políticas y actúa de repetidor de los partidos dominantes con los mismos comentaristas de siempre y sus previsibles puntos de vista; pero cumple su cometido de propagar el descrédito moral y la inutilidad del medio público. Causa un terrible destrozo. Y de paso, brinda al PP una tribuna promocional para las elecciones de otoño, mientras ofrece cuidados intensivos al agónico sistema bipartidista. Todo exterminador tiene una misión salvífica como pretexto.

El torpedero convocó a ocho tertulianos a la medida de su proyecto sectario: tres periodistas afines a Rajoy, dos expolíticos muy constitucionales; un antiguo fiscal de la Audiencia Nacional; el bufón de la Corte, Sánchez Dragó, interesado solo en hablar de sí mismo, y una joven escritora que disentía con complejo. No hubo cruce de opiniones, básicamente se pontificó. Y cuando se abordó la pitada al himno y rey en la final de Copa, el ochote compitió en quién azotaría más fuerte a los sediciosos. Significativa la expresión de Victoria Prego al referirse al cambio político en Navarra: “Dramático”, dijo con aire golpista. Buruaga se reservó el derecho a descalificar los tweets del público.

Así de claro y hostil fue este engendro que reunió, entre curiosos y despistados, a menos de un millón de espectadores. Los bellacos no enmiendan sus fracasos, tampoco Ernesto. Dándole importancia, Oscar Wilde había dejado escrito que “experiencia es el nombre que todos dan a sus propios errores”. Errores a 160.000 euros semanales. Meditando su suicidio, TVE asume que no hay libertad más angustiosa que ir a la deriva.