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Euskadi y empresa: esperanza hacia el futuro

LA desconfianza instalada en la sociedad en torno al futuro, ensombrecido por los nubarrones de una crisis que parece cronificarse en lo que al despegue y consolidación del empleo se refiere, genera una percepción social centrada en la gran dificultad que el sistema productivo vasco para tener para lograr la inserción laboral o profesional de jóvenes y de parados de larga duración. Euskadi , la sociedad vasca, ha dado muestras suficientes de estar dispuesta a no rendirse ante situaciones y contextos sociales tan duros, y hemos logrado salir adelante de situaciones dolorosas, duras y complejas.

Las lecciones del pasado pueden aportarnos dosis de esperanza y de motivación para pensar que sí, que es posible salir adelante y conquistar de forma colectiva nuestro futuro como sociedad, por encima de las aspiraciones y de las preocupaciones individuales. No se puede hacer política ni sociedad solo con el día a día, con la atención a las preocupaciones diarias, cotidianas, de la visión a corto plazo, hay que combinar ambas visiones de análisis.

Reforzar la confianza en el enfoque vasco basado en la dimensión social del derecho de propiedad, de las relaciones industriales, en la manera de garantizar un sentido comunitario de la vida y unos conceptos de valores éticos resulta determinante, clave para nuestra particular brújula social, porque con estos mimbres, siendo fieles a las lecciones del pasado y actualizándolas, seremos capaces de encontrar el faro que guíe nuestros siguientes pasos hacia la estrategia que defina nuestro lugar en este mundo globalizado y competitivo.

Recogiendo una visión de modelos geopolíticos planteada brillantemente por Gurutz Jáuregui, no podemos pretender conquistar mercados a la usanza del viejo imperio romano, por poner el ejemplo de lo que durante buena parte del siglo XX representó Estados Unidos hasta la actual era Obama; es decir, ni tenemos capacidad ni vamos a plantearnos nunca imponer nuestro modelo mediante el recurso a la violencia, sería absurdo, ineficaz y éticamente inadmisible. Igualmente estéril sería pretender convertirnos en los fenicios del siglo XXI, que hoy día vienen representados por los países del sudeste asiático (China, India). Desde nuestra dinámica empresarial y social no tiene sentido pretender operar o funcionar con una estricta dinámica de abaratar costes, porque el sacrifico de derechos sociales en el altar de la competitividad no nos ha hecho ni mejores ni más sostenibles.

¿Qué modelo debemos reivindicar y profundizar en el siglo XXI? Debemos retomar el denostado por muchos modelo de la Grecia clásica, el modelo anclado en valores, en la superación de la dimensión empresarial como una mera suma de capital y trabajo, en la concepción de empresa como un conjunto de personas unidas por un proyecto, una nueva cultura de empresa basada en la confianza recíproca. Si esperamos a que la mera inercia del sistema cambie la tendencia, si pretendemos aplicar recetas hasta ahora aplicadas, si nos limitamos a buscar culpables a los que reprochar lo negativo, nunca superaremos las consecuencias de esta traumática crisis.

Conseguir personas motivadas, que crean en un proyecto empresarial al que sentirse unidas o vinculadas, en el que sentirse importantes y protagonistas, cada uno en su papel y con una responsabilidad compartida es la clave del éxito, porque un grupo de personas motivadas es el único motor que nunca se gripa, que nunca falla.

¿Cómo lograr esa catarsis, esa revolución silente pero imprescindible en el que cada vez cree más gente? Con una comunicación interna sincera, transparente, continuada. Con una relación colaborativa, que genere un sentimiento de pertenencia, con un nuevo modelo interno de relaciones laborales basado en el respeto y en la colaboración mutua entre personas, anclada en un liderazgo ejemplar. Ya no basta con pedir implicación, colaboración y compromiso. Hay que ser capaces de inspirar para generar esa actitud en cada una de esas personas, dando sentido y valor a la función que estas ejerzan dentro de la empresa.

Hay que pasar del decir al hacer. Los hechos son las nuevas palabras, no basta con pedir colaboración, hay que colaborar; no basta con exigir compromiso, hay que comprometerse; no basta con quejarse de la falta de implicación, quien dirige la empresa ha de ser el primero en implicarse. Es un reto apasionante y factible. En particular, pensando en los jóvenes, estos nuevos valores abren un campo donde puedan desarrollar su potencial para tener personas motivadas.

La cultura de trabajo de ocho horas en el puesto de trabajo y desconecto ya no vale ni motiva. Todos, desde la universidad, los centros de formación y la empresa debemos preparar a nuestros jóvenes a una cultura de trabajo diferente. El futuro nos va en ello.